Pérdidas “incalculables” en Vaca Muerta
Los bloqueos de rutas y caminos en el corazón hidrocarburífero de Neuquén por el reclamo de los trabajadores sanitarios generaron una cascada de costos.
Por Rubén Etcheverry (*)
No resulta fácil cuantificar los daños ocasionadas por las recientes circunstancias de la provincia del Neuquén sitiada. Incalculables nos referimos, no porque sean infinitas ni porque resulte imposible estimarlas, sino como sinónimo de complejidad en su determinación y en su efecto cascada de hasta qué nivel de quebrantos indirectos considerar, y la forma de incorporar y ponernos de acuerdo en cómo determinar monetariamente las pérdidas subjetivas o emocionales.
Sin lugar a dudas el gobierno a través de una matriz insumo-producto las debe estar evaluando y monitoreando. Aunque no comunicando. Como si hubiera un desconocimiento de la gravedad de las consecuencias o se las soslayara. Como un enfermo con una patología que desconoce, pero se imagina por los síntomas y que no quiere ir al médico porque no le gusta escuchar su diagnóstico, ni hacer los tratamientos que le indiquen.
Podríamos sumar algunas de ellas y también hacer un cálculo más riguroso y completo (que no es el objeto de este artículo): el gas no producido y reemplazado por LNG de importación (ha habido cálculos estimativos del orden de los US$150 millones), el costo salarial adicional para la provincia ($ 13.500 millones) más el costo del endeudamiento sobre una ya complicada situación financiera; sobrecostos de logística y transporte de toda la actividad vinculada a las rutas y accesos de más de 30 cortes durante semanas; parálisis total del turismo provincial; quebrantos en los comercios; suspensión de actividades; parálisis de producción de bienes y servicios de las pymes; desgastes de las relaciones; sobrecostos más exóticos como traslado de personal en lanchas o helicópteros; costes de retomar actividades; detrimentos de eficiencias por los tiempos de espera; desabastecimientos, impedimentos de circular o cargar combustibles, y una infinidad más que cada uno de los lectores puede agregar de su propio padecimiento.
Si conjeturamos unos US$ 500 millones de pérdidas habrá cientos de detractores y cuestionadores. Por eso no lo asumimos, pero sí afirmamos que se trata de montos enormes para nuestra macroeconomía que no puede darse estos lujos.
A muchos sectores quizás le resulte indiferente, sobre todo en el corto plazo, porque no se ven afectados en forma directa o ni lo han percibido; otros que cobran religiosamente sus salarios, haberes y jubilaciones, obreros despedidos y empresas que generaron un nicho y otras que las han terminado de empujar a la quiebra. Lo grave es que las pérdidas no son uniformes, y como “ley pareja no es rigurosa” surgen del conflicto nuevas inequidades.
Aparecen otras pérdidas más subjetivas: conflicto indirecto en países limítrofes, contagios provinciales, postergación de inversiones, descreimiento de la sociedad, suspensión de contratos, suba de riesgos, incremento de costos logísticos, conflictividad judicial por declaraciones de fuerza mayor, no pago de servicios y contratos, suspensión de servicios on-call y tantos otros.
Pero lo más grave es un nuevo escalón en descenso de nuestra credibilidad conjuntamente con el porvenir de Vaca Muerta. A las interminables demoras en tomar decisiones por parte del gobierno, se sumó la cuarentena, las lluvias y los piquetes. Pérdidas de identidad y representatividad. Desconocer la problemática, seguir actuando como si nada hubiera pasado o cambiado, cero autocríticas, sin mensaje de mañana, planes de recuperación y resarcimiento, pronóstico de reactivación, nuevas medidas, silencios preocupantes, muletillas repetidas, incapacidad de sumar a los diversos sectores en un proyecto colectivo, diálogo acotado, imposibilidad de ponerse en los zapatos del otro o comprender mínimamente su realidad y reclamos. Liderazgos ausentes.
En las antípodas observamos la recuperación de las cuencas del shale en Estados Unidos. Sufrieron la pandemia tanto como nosotros, pero se están recuperando, aprovechando el crecimiento de la actividad económica, los mejores precios de los hidrocarburos y evitando los “errores no forzados”.
Similar al repunte de Vaca Muerta los primeros meses del año. Que no supimos sostener. Una tendencia suicida, del sálvese quien pueda que termina hundiendo a todos.
Ha sido un fracaso. Seguimos perdiendo oportunidades, por egoísmos, falta de comunicación, por no ser claros, jugar a las escondidas. No fuimos capaces, como sociedad, como industria, como gobierno, como gremios, como autoconvocados, como sectores políticos, sociales, eclesiásticos, mediáticos, educativos, de salud, y demás sectores involucrados y como ciudadanos, de resolver durante casi un mes los cortes de ruta.
En este contexto, ¿qué sentido tiene sancionar una ley pro inversiones de hidrocarburos? si no tenemos claro, ni siquiera se han presentado ideas preliminares de cómo evitar que esto no nos vuelva a suceder. Cómo se nos ocurre que un proyecto aún desconocido, pueda ser la solución a la falta de inversiones y desarrollo de Vaca Muerta. No tiene ningún sentido. Solo sumaremos desinterés modificando las reglas de juego que tampoco se respetan.
En lugar de ello deberíamos preguntarnos: ¿qué vamos a hacer para resolver la conflictividad? ¿Qué puedo aportar? como nos recuerda el Dr. Max Goodwin (Ryan Eggold) en cada episodio de la serie New Amsterdam: “¿Cómo puedo ayudar?”, cada vez que un paciente o un colega se le acerca en los pasillos de ese hospital público.
A raíz de las puebladas de Cutral Có de los años 90, hubo cambios y aprendizajes. Como ingenieros nos alardeamos de poder estimar todo, hasta lo más inverosímil. Sin embargo, si luego de los ingentes perjuicios autoinfligidos no surge una maduración como sociedad en su conjunto, entonces sí, las pérdidas no sólo serán indeterminadas, sino “incalculables”.
(*) El autor es ingeniero, y exsecretario de Energía de Neuquén.
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