«El agente topo»: ¿realidad o ficción? el dilema que nos hace mirar
“El agente topo”, el documental chileno nominado al Oscar parece confundirnos, pero en ese juego la directora encontró la manera de hacernos ver qué ocurre a determinada edad.
La mirada lo explica todo en “El agente Topo”, el documental chileno que está nominado al Oscar en esa categoría y que se estrenó en Netflix en marzo. La mirada lo salva, por ejemplo, de esa confusión que nos hace entrar desprevenidos y risueños, por la puerta de una historia de espionaje que roza la comedia, para encerrarnos después en la habitación de la realidad a secas; la que lo salva también de que los retratados terminen sintiéndose más halagados que engañados, y la que le permite salir airoso.
La directora del documental, la chilena Maite Alberdi, parte de su intención original: seguir el funcionamiento de una agencia de detectives privados que, en ese momento, busca a una persona de entre 80 y 90 años, capaz de infiltrarse por tres meses en un geriátrico para averiguar si una mujer que vive allí -la madre de la clienta- es maltratada.
Alberdi, que ya ha retratado a mayores de edad en dos obras previas (“La once”, y “Ya no soy de aquí”), aprovecha su currículum para meterse con sus cámaras en ese mismo hogar de ancianos con la excusa de estar filmando un material convencional, pero con la intención de grabar la supuesta situación de abuso y apoyar lo que el inexperto espía pueda captar.
La secuencia inicial, con un póster del Tony Montana de Al Pacino en “Scarface” dominándolo todo, y el casting de posibles espías que exhiben una completa ignorancia tecnológica, le dan al relato cierto aire burlón y ficticio (lo que quizás explica que “El agente Topo” haya estado también prenominada a la categoría de mejor película de habla no inglesa).
Pero toda esa puesta en escena pasa a un plano anecdótico cuando la cámara son los ojos del detective elegido, el carismático Sergio Chamy, con toda su torpeza, inteligencia, simpatía y genuino interés no sólo por Sonia, la madre de la clienta que contrató el servicio, sino por todas las personas que viven en el Hogar San Francisco, al norte de Santiago de Chile. Cuando la cámara son sus ojos, lo que queda en primer plano no es lo que supuestamente se oculta, sino lo que sale a la luz por el simple gesto de observar.
Es Chamy el que cambia el foco de la investigación y del documental entero. Se cansa de los informes que debe hacer; los abandona. Y Alberdi, que lo sigue, toma la misma decisión: deja de lado su plan, tuerce el rumbo y encuentra el foco.
Ya no es un juego de espías y espiados. No hace falta ningún truco tecnológico para advertir que el abandono y el abuso no es lo que sufren por parte de quienes los cuidan ahí dentro sino de quienes los descuidan desde afuera. “Aquí no hay maltrato; la soledad es lo más grave”, le dice Chamy al detective jefe, primero calmo. Y entre enojado y hastiado, después: “No entiendo el sentido de investigar. La clienta podría venir y ver lo mismo que yo”.
A la mujer con problemas de memoria, que no recuerda si sus hijos no la visitan o si ella olvidó ese momento, Chamy le consigue fotos, intenta alegrarla y consolarla, aunque como detective que es a su pesar, descubra que efectivamente nadie la visitó en el último año.
La directora del documental toma decisión sabia en ese momento. En el momento de mayor angustia de esa mujer, se retira y deja que sea Chamy, caballero noble, el que la consuele.
A Martita, una mujer con regresión infantil que espera que su madre venga a buscarla, y a la que a veces engañan con llamados de su supuesta mamá, la acompaña, le habla, la protege. Y si era torpe como detective infiltrado, demuestra una enorme solvencia para descubrir que ella es la que se roba algunas pertenencias de otros residentes, y una gran delicadeza para no hacerle pasar un mal momento por esa razón.
Maite Alberdi cuenta que antes de que el documental iniciara su camino ascendente por el reconocimiento y los premios, les dijo la verdad a los residentes del hogar: que les había mentido, que había ido a filmar una cosa que terminó siendo otra, y que Chamy no era uno más sino un intruso, un falso espía.
Dice también que todos quedaron felices con el resultado final del documental, porque los “representa”.
Dice Maite Alberdi, que su dilema ético se diluyó con esa aprobación y que ese engaño inicial fue, en definitiva, la manera de mostrar lo que se ve.
O lo que a la mayoría de nosotros , le cuesta mucho mirar.
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