Morochita

por: RAUL LOPEZ

rualnego@hotmail.com

Recuerdo perfectamente el día en que asumió Alfonsín. Los que en aquella época éramos adolescentes de colegio secundario estábamos contentos porque todo el mundo estaba contento y en las calles se respiraba la felicidad.

Nosotros, que habíamos hecho parte de la primaria y toda la secundaria con la dictadura, sabíamos de un cambio, de un cambio profundo; pero tampoco teníamos claro de qué se trataba. Más bien sospechábamos un cambio.

Pero recuerdo las calles de Roca, esa algarabía, algarabía anticipada por cierto.

Sí, sí, aquel día, después de votar por primera vez en libertad, compartí una cerveza con mi amigo Joel y los dos al unísono dijimos: ¡salud, por la democracia!

Ibamos de plaza en plaza y por las calles se escuchaba a Silvio y todo el nuevo reencuentro de viejos roqueros argentinos más los nuevos que de pronto se encontraban con el camino allanado para su música y sus letras.

Recuerdo a una niñita morocha de unos cuatro años con una banderita argentina y una sonrisa preciosa dibujada en su cara pegoteada de caramelo.

Un año después, ya en la universidad, todos éramos progresistas, con patillas tipo hacha y unas camperas de jean mitad uniforme del Che, mitad último grito de la moda.

Muchos de aquellos jóvenes, que después serían ministros o concejales hablaban de proyectos políticos tomando vino barato y fumando cigarros armados y planificando bondades para un pueblo que había despertado; también había mujeres, jóvenes y bellas ellas, dispuestas a romper cualquier tipo de barrera.

Como cualquier ser vivo, toda generación nace, se reproduce y muere. O quizá se transforma.

Muchos de aquellos jóvenes progresistas, con sus liturgias de humo de los años ochenta, nacidos política o filosóficamente a partir de la última descarga de fuego de la dictadura llegaron limpitos de pólvora y sangre, muy limpios ellos con su ira musical para, luego, escarnecerse con la derecha ruda, como uvas de una vieja cosecha.

Gente ahora muy establecida, con tripas, algunas canas y eso sí, mucho dinero de dudoso origen. Unos señores.

Esta generación (estos muchachos), no se salva estéticamente por esa estigmatización con el poder, asentada, claro está, en la nefasta década del noventa.

Pese a todo, muchos se salvaron (me incluyo señor) y abrieron otros caminos y no le importó caminar por ciertos abismos.

Hoy la palabra «progre» es sólo eso, una palabra, y la palabra socialismo no tiene que estar reservada sólo a un partido, como dijo Herman Melville: el socialismo debe ser el objetivo del hombre, no ya desde un gobierno sino desde una estructura espiritual; el dar y el recibir, el ser solidario con el otro, el ser social.

Pese a todo siempre me reservo aquella niñita morocha de cara pegoteada con su banderita argentina.

Después de veintipico de años, quizá sea hoy una mujer que lucha por la misma libertad. Para salvarme mejor la imagino fuerte, mandando a un hijo a la escuela y esperándolo con la leche servida, la imagino independiente y consagrada a la vida, como el fruto de una generación en la cual no se pudrió todo. ¡Salud, Joel!


por: RAUL LOPEZ

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