El «Nano» de entrecasa
La canción y su relación con el trabajo, con Ricardo Miralles y con sus nietas son algunos de los temas que abordó Serrat con "Río Negro".
por: EDUARDO ROUILLET
Tras presentar «Serrat 100 x 100» en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, acompañado por su guitarra y el piano de Ricardo Miralles, Joan Manuel llegó el lunes a Buenos Aires para iniciar una formidable seguidilla de conciertos, todos con entradas agotadas. El martes abrió las funciones en el Gran Rex de Buenos Aires; para las dos primeras ya no quedaban localidades disponibles desde el 10 de octubre.
Cuando Serrat tenía 17 años, su padre le regaló una guitarra. Hoy lleva más de 40 años de carrera, desde que actuó en Sant Cugat del Vallés junto a tres compañeros de la Escuela de Peritos Agrónomos de Barcelona, debutó en radio y se integró al movimiento «Els setze jutges -Los 16 jueces- en defensa del derecho a cantar en catalán vetado por el franquismo. Su nombre está indivisiblemente ligado en la memoria popular a «Penélope», «Mediterráneo», los poemas de Antonio Machado que musicalizó en 1969, los de Miguel Hernández en '72 o los de Mario Benedetti de 1985, a «Piel de manzana», «Cada loco con su tema», «Poco antes de que den las diez», «Sombras de la China», entre tantísimos títulos de su pluma.
Organizado con rigor y horarios precisos en el Salón Plaza Mayor del hotel que lo aloja al 100 de Bolívar, el encuentro de Joan Manuel con un reducido grupo de periodistas de revistas y diarios de Capital, noticieros de televisión de aire y cable, AM, un portal de internet y cinco medios del interior, ahondó en su actual estado de salud después de ser operado en la clínica Quirón de Barcelona de un carcinoma en la vejiga el 15 de noviembre del año pasado; en su mirada sobre la Argentina, los amigos, los homenajes que le han hecho, el amor; la situación de los inmigrantes en España y Francia, enfrentados «al olvido, a la marginación, al mirar para otro lado, al dejar seres humanos aparcados al albur de lo que les vaya ocurriendo, mientras la opulencia circula por otros caminos y otras direcciones».
Y particularmente con «Río Negro», la charla rondó la canción, su herramienta preferida. «Para esta gira hemos elegido -Ricardo al piano y yo con mi guitarra- una manera de interpretarla bien diferente a la de la última presentación con orquesta sinfónica. Una forma despojada de trabajarla que obliga a que todo sea muy limpio, delicado. Otro modo de manejarme que estaba previsto antes de concebir el año y medio largo de conciertos con 'Serrat Sinfónico'. Pero fíjate que ninguna de las dos tienen fecha d caducidad; son dos formatos, uno complejo y el otro sencillo, en los que me moveré con naturalidad, normalmente. Pues, este año apenas haremos tres, cuatro conciertos sinfónicos y el que entra, quizás media docena o dos, no lo sé. Entre medio pueden aparecer otras conformaciones. De abril a junio, estoy presentando un disco en recitales con un grupo escogido de músicos muy queridos, que han trabajado conmigo y curiosamente tienen esos meses libres. En julio, se deshará y habrá otras cosas, espero».
– ¿El próximo compacto será en catalán?
– Sí, se llamará «Mo», nombre con el que la población local denomina a su ciudad; un disco con muchas canciones sobre el lugar donde trabajo, donde vivo y paso buena parte de mi vida en Menorca. Tengo una relación especial con Mo, y ésta es mi forma pública y clara de mostrar gratitud. De las 13 canciones que hay de momento definitivas, que ya son bastantes, una es un poema de Joan Margarit, espléndido poeta contemporáneo catalán, y otra -cosa que me gusta hacer a veces- nace de una novela «Son de mar» de Manuel Vincent. Cuatro o cinco páginas cuentan que en el litoral levantino de Valencia, cuando florece el naranjo, ocurre una suerte de peste terrible y la gente se vuelve loca. Luego las mujeres levantan sus faldas, los hombres se bajan los pantalones, las pasiones arrasan todo. Me gusta tomar un texto en prosa y jugar con él. Es como tejer un pulóver deshaciendo una manta. Si soy capaz de hacer algo es por lo que han hecho los demás. Está claro. No creo en la generación espontánea y menos en un artista.
– Se conocen de memoria con Miralles…
– Empezamos a trabajar en 1969 y en los primeros conciertos íbamos solos. Ricardo aparece en mi vida artística como herencia que me deja Tete Montoliu con quien pasamos mucho tiempo juntos… Tete era absolutamente increíble, yo tocaba una cosa y él, otra… Y sonaba. Era fantástico, pero no podía moverme de lo que hacía porque era el suicidio. Con Miralles estamos siempre escuchándonos mutuamente, viendo que pasa. Es otro modo de relacionarnos que viene de lejos y sigue siendo posible porque ambos tenemos un parecido rigor de trabajo. Somos muy cabezones, también, lo que nos ha provocado algunos problemas de relación musical. Nunca hemos dejado de ser amigos, aunque hayamos dejado de tocar ligados. Mira, mientras ya estoy aquí hablando contigo, el está en su habitación con el piano y el ordenador, preparando las canciones del nuevo disco. Habrá salido a caminar, a hacer sus cosas personales y luego a trabajar. Es así. Lo más importante entre ambos es el respeto mutuo. A mí me gusta lo que el hace y a él, lo que hago yo. Esto funda una relación fluida. Con el tiempo, otra cuestión más importante que todas es el cariño, el afecto; fundamental para convivir, pero no siempre oportuno a la hora de la música.
– ¿Ha cambiado tu relación con el trabajo?
– Hay una cierta ansiedad que me lleva a contar cosas que quedan por contar, que cuando tenía 40 años menos no importaba hacer hoy o mañana. Si surgían urgentes, era por inmediateces de juventud, no por creer que los plazos se acortan. El tiempo ha marcado las diferencias; me dio la posibilidad de aprender, ha hecho que en su discurrir, me equivoque, ha transformado el punto de vista desde donde hoy observo.
– ¿Cómo es la relación con los nietos?
– Procuro desprenderme de todo aquello que se supone un abuelo debe ser. Les propongo cosas, que se vengan conmigo, y se apuntan, claro… haber sido abuelo es el resultado de que a mi hijo y a mi nuera les gustan ciertas actividades muy saludables, que practican asiduamente según se ve, y produce estas cosas. El amor tiene esas consecuencias. Son unas nietas preciosas, están sanas, me quieren y me río mucho con ellas. Pero, los nietos son los hijos de mis hijos. Que no es poco. Y los años no son más que el paso del tiempo, al que veo deslizarse con una cierta serenidad, porque no me impide hacer lo que me gusta, respeta bastante bien las cosas y las gentes que amo. Debe ser porque nunca entendí mi vida por buscar metas.
por: EDUARDO ROUILLET
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