Fue un ataque, escrache es otra cosa


La protesta de un grupo que se sintió impune cruzó esta semana dos umbrales para nada simbólicos: el ingreso al edificio del diario Río Negro y las agresiones a sus trabajadores.


Lo que ocurrió el martes pasado en la sede central del diario Río Negro no fue un escrache sino un ataque. El verbo escrachar (del inglés scratch) se usa para definir una acción que permite dejar en evidencia algo o a alguien pero hace dos décadas adquirió en nuestro país otro sentido. Cuando los crímenes de la última dictadura estaban impunes las manifestaciones frente a las casas de los represores permitían que sus vecinos supieran cerca de quién vivían.

La Organización de Desocupados en Lucha (ODEL) ya había desplegado una violencia similar en la municipalidad de Roca y en las delegaciones de los ministerios de Desarrollo Social y de Gobierno. Parece una patrulla perdida pero los antecedentes muestran lo contrario: como muchos movimientos sociales nacidos al calor de los 90 consiguen la protección de un sello (la CTA Autónoma) y el abastecimiento del Estado, mediante planes de asistencia que se mantienen constantes a pesar de los cambios de gobierno; de hecho, con Carolina Stanley como ministra, la gestión de Mauricio Macri sostuvo esos vínculos.

La CTA, que nació como resistencia a las políticas de Carlos Menem y como alternativa a la CGT, está atomizada y manejada por dos de los sindicatos estatales más grandes: ATE y los docentes de Ctera, cuya entidad de base en Río Negro es Unter.

Una de ellas, la CTA Autónoma, que también sufrió su propia ruptura, es la que en Río Negro le da cobijo a Miguel Báez y a su organización.

Por su naturaleza, Alberto Weretilneck tejió relaciones con dirigentes de este tipo en sus gobiernos municipales y provinciales. En el mejor de los casos, buscó conocer la profundidad de los barrios para llegar a ellos con asistencia y una ficha de afiliación. Así llevó a la superficie a personajes que hasta entonces se mantenían en capas barriales. Con muchos la experiencia fue exitosa pero las excepciones fueron terribles, como el caso de Alejandro “Taca” Nahuelquín, que llegó a ser delegado de Desarrollo Social en Bariloche antes de que Arabela Carreras lo eyectara del gobierno. La gobernadora no da las mismas señales; por eso no se entiende por qué la Policía se obstina en darle impunidad al ataque con sus omisiones: primero para prevenir y luego para proteger.

El ataque al edificio de 9 de Julio y Sarmiento, uno de los emblemas de Roca que no hace falta “escrachar” para indicar dónde está, fue de una desmesura inusitada.


Se suele invocar la libertad de prensa para denunciar su violación con demasiada liviandad. En este caso, la acción fue directa y no cesó con los destrozos y golpes.


No se trató de un desborde sino una acción planificada para torcer la decisión del diario y el ahínco de los periodistas por difundir las denuncias penales contra Báez, una de ellas por abuso sexual.

Los periodistas conocemos las presiones y este diario, a un mes de cumplir 109 años, está acostumbrado a las críticas y las manifestaciones; es parte del derecho que todos tenemos a decir lo que pensamos. Pero hay dos umbrales que en este caso se atravesaron. Ambos son reales: la irrupción en el edificio de Río Negro y los destrozos, y las agresiones. Al reportero gráfico Juan Thomes lo agredieron, igual que a dos recepcionistas; el periodista Luis Leiva afortunadamente no estaba en el edificio en ese momento porque la furia estaba dirigida especialmente a él.

Lo hicieron con la cara descubierta y pecheras identificatorias. No se cubrieron el rostro como los jóvenes mapuches de Villa Mascardi ni actuaron en las sombras que otorga la noche, como si tuvieran garantías de inmunidad.

Y el viernes frente a la comisaría Tercera de Roca el manejo impune de este grupo quedó otra vez en evidencia, con actitudes desafiantes y complacencia de la Policía. Más tarde, el reportero gráfico César Izza detectó a una persona que tomaba fotos frente a su domicilio particular.

La libertad de prensa, a la que se la suele invocar con demasiada liviandad, está en riesgo cuando este tipo de ataques se naturaliza.

En tiempos de enfriamiento social por imperio de las redes sociales, la calle sigue siendo la mejor manera de darle visibilidad a una protesta. Cuando se apela a semejante violencia, “la humanidad retrocede en cuatro patas”.


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