Zuncho, el maestro de pulperos en Las Grutas

Fidel Miguel aprendió el oficio a los 9 años, cuando llegó de la meseta de Somuncura. “Pulpear es lo mío. El mar me dio todo. Pude tener mi casa y sacar adelante a los míos”, dice.

“Cuando lo tocás con el gancho, tenés que tirar enseguida para adelante, y sale enroscado. Porque si no, se pega a la roca y no lo sacás más. Antes, levantabas una piedra y aparecían 2 o 3 pulpitos. Ahora, hay que buscarlos en las cuevas que se forman. Se encuentran fácil, para el que tiene el ojo entrenado. Se nota donde comen, porque aparecen restos de mejillones y de cangrejos. El pulpo es muy limpito, saca todo desperdicio y lo tira”.

Así habla Zuncho, un pulpero de 77 años, sobre el oficio que aprendió a los 9, cuando su papá enviudó y se vino con él, el más pequeño de sus hijos, desde Campana Mahuida, en la Meseta de Somuncura.

Suele salir a pulpear con su hermano Beto. Foto: Martín Brunella.

El cambio fue enorme. “Era la primera vez que veía tanta agua junta” recordó el hombre, como si estuviera de nuevo ante esas primeras olas. Ya más grande, cuando su papá falleció a los 80 años y él rondaba los 20, volvió durante un tiempo a trabajar al campo, en la esquila. Pero le duraron poco las ganas de estar lejos, y ahí se dio cuenta de que el mar lo había atrapado para siempre.

Me crié en la playa. Fue duro, porque trabajábamos para los Galdo, que tenían una pesquera en San Antonio y eran acarreadores. Llevaban familias enteras a pulpear. Armabas un ranchito de ramas y te quedabas. Ellos pasaban a comprarte la producción. De enero a abril, y a veces hasta mayo, lo pasábamos ahí. El frío, en los últimos meses, no se aguantaba. A veces, como recorríamos la costa, llegábamos pulpeando hasta Puerto Lobos (en el límite entre Sierra Grande y Chubut)”.

Su mundo. El mar, la restinga, la mirada atenta. Foto: Martín Brunella

Su destreza como pulpero siempre fue tal, que le cambiaron el nombre. Pasó de llamarse Fidel Miguel a ser sólo Zuncho, que es como llaman a esos ganchos curvos que meten entre las rocas para sacar a los pulpitos. “Ahora, nadie me conoce por Fidel” se ríe.

A los 22, en un baile, conoció a la que se convertiría en su esposa, Victorica Celia, y tuvieron cuatro hijos. “Todos tienen estudio, no quise que tuvieran una vida tan dura como la mía. Igual, el mar me dio todo. Pude tener mi casa y sacar adelante a los míos. Por eso, ¿qué más puedo pedir?” sentenció, con orgullo.

Zuncho en acción. Foto: Martín Brunella.

Ahora, sigue pulpeando, aunque sus hijos no quieren que vaya tanto a la playa. “¿Qué voy a hacer sino? Este tiempo salí menos por ese bicho que anda (por el coronavirus). Pero igual voy. Descanso una semana y vuelvo. Eso es lo mío” finalizó.


Una barra de hierro y dos movimientos


Así lo describió Martín Brunella en su fotogalería: “Fidel ‘Zuncho’ Miguel es pulpero. Usa como única herramienta una barra de hierro doblada en la punta en forma de gancho.

El conocimiento de las mareas y la observación atenta de la restinga, le han permitido calibrar este simple instrumento con una precisión admirable. Con solo dos elegantes movimientos consigue encontrar su tesoro escondido.

El pulpo, la barra, Zuncho. Foto: Martím Brunella.

Los pies siempre mojados, la espalda completamente arqueada, la mirada fija sobre cada piedra, así recorre la restinga una y otra vez. Es capaz de camuflarse a pesar de lo colorido de sus sombreros. El oficio de pulpero es condición de identidad atlántica y debería ser jerarquizado como tal.

Zuncho es ‘maestro de pulperos’ y con orgullo enseña el oficio a las nuevas generaciones. Con más de setenta años sigue pulpeando regularmente. Muchas veces lo acompaña su hermano Beto. Siempre enfocados en llenar el balde se les nota que disfrutan de la compañía mutua, el viaje hasta la playa y las charlas por el camino”.


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