La leyenda del caballo de dos cabezas que adivina el clima
En esta oportunidad les traemos una leyenda regional de la mano de Jorge Castañeda, escritor oriundo de Valcheta. Disfrutemos este relato situado en la Laguna Paraguay, en la meseta de Somuncurá.
La meseta de Somuncurá ha generado todo tipo de sucedidos y relatos. Oscar Ferro fue un docente que pasó por la zona ejerciendo su magisterio generalmente en los parajes y dejó un texto de delicada prosa en el que rescata una leyenda propia de la laguna del Paraguay en el corazón de la meseta.
“Desde el anochecer del día anterior la lluvia caía como a baldes sobre el Somuncurá. Las negras piedras de basalto rebasaban sus poros de agua y otras más rojizas, parecían fogonazos milagreros.
Huechupán y su familia, la esposa y dos hijos, observaban la extensión desde el hueco que hacía de puerta de sus dos habitaciones de piedra tan bajitas que se inclinaban para mirar. El techo de cuero de potro y guanaco no era la primera vez que soportaba semejante tormenta. Y los añares lo curtieron para siempre.
Ya casi volvía a anochecer y el temporal se quedó quieto mirando desde el cerro Corona Grande por el ojo del sol moribundo. ¡Cuánta agua corría por los zanjones y las hondonadas!
El hijo del buen Huechupán salió del ranchito y merodeó los alrededores.
– ¡Papá! ¡El nochero rompió la manea y no se lo ve por ai! ¡La ha roto nomás; siguro que se jue pa la tropilla! -gritó Calfí.
-Pal Corona se ai de ir nomás –respondió con pena el padre.
La esposa, Cirila, soplaba la leña de piedra para avivar las brasas. En la parrilla de alambre quería ya chirriar una picana de avestruz gordo.
-Mañana de temprano vas a salir a campiar, Calfí –dijo el paisano con la vieja resignación anidada en las arrugas de su cara de piel tostada por el viento, el sol y los años.
-Siguro que el nochero se jue con la tropilla –gruñó doña Cirila, y acotó: no habrá ido el tonto este joriyando la laguna el Paraguay, a ver si se desbarranca el tonto…
El caballo nochero era un pingo alazán, fuego y crespo. Las cerdas de su crin y cola parecían bucles y sus ojos grandes azulosos.
Cenaron casi con la luz apagada de un cielo sin nubes y al terminar, el rito de siempre: salieron del rancho primero la madre, petisa y morruda y la hija Sofía detrás, que andaba ya por los doce años. Cuando regresaron salieron el viejo y el hijo.
Lecturas: “Los llanos”, de Federico Falco
Se echó agua a las brasas “pa ahorrar leña”, y cada uno se extendió sobre un cuero lanudo de capón y tiraron de la manta hasta que les llegó hasta las orejas.
Después todo fue silencio, ese silencio del Somuncurá adentro que suena en los oídos con el “zum” largo de un mosquito, porque allí el silencio tiene ruido.
Calfí apuro el último sorbo de un amargo para colgar de sus hombros el bozal, cabestro y rienda: sobre el brazo la bajera, en la mano la guacha y enderezó su tranco de pierna combadas hacia el Corona Grande.
-¡La pucha que yovió mucho, se habrá yenao la Paraguay, eso siguro! –murmuraba en la soledad de su mente mimetizada con la de la meseta.
Caminó desde la salida del sol hasta que éste casi caía a plomo sobre el endeble sombrero que se apoyaba en sus orejas. Cuando se agachó para sacarse una espina de tuna, vio los rastros de la tropilla en la tierra-barro que se hizo entre los huecos de las piedras. El coirón estaba pisado y mordisqueado.
– Cerca han de estar… -pensó, y se puso a otear la meseta y el faldeo imponente del Corona Grande. -¡Ajá! ¡Ayá están!
Y les chifló a los caballos con la alegría de quien llama a un amigo. Puso el cabestro al cuello de la yegua madrina para que la caballada no se dispersara y poder colocar el bocado al nochero.
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Pero el nochero, el alazán crespo de ojos azulosos, no estaba, no lo veía… Tembló Calfí y no supo por qué. Agarró otro caballo, echó la bajera sobre su lomo y monto de un salto revoleando la guacha orientando a la yegua madrina rumbo al rancho: la tropilla comenzó a galopar tras ella. El nochero no estaba.
Encerró en el corral de piedras. Huechupán estaba en la puerta del rancho y su mediana estatura sobrepasaba el techo. Salió doña Cirila también y detrás su hija Sofía.
Gritó Calfí: -¡El nochero no está, no lo vide por ningún lao!
– ¡Hum!… –murmuró Cirila- El tontu se ha ido pal lao del Paraguay, el chubasco lo ha desorientau.
-¡Cáyese! –increpó Huechupán- El nochero es de Sofía. La tarde reclinaba su cabeza hacia la laguna Blanca.
-Deje nomás encerrao, mijo. Coma y salimos pal Paraguay. Quién no le dice que esté pal lao de la Pelada o la Raimundo.
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Salieron en pelo nomás, total iban a hacer dos leguas de campiada. Unos galopes antes de llegar al Paraguay sintieron chasquidos de agua al golpear contra las rocas. El sol ya había apoyado su cabeza en la línea del horizonte y bostezaba su cansancio nochero.
Calfí miraba las aguas de la laguna que se volcaban de un lado para otro como si se inclinara violentamente la olla de piedra. Más atrás el viejo Huechupán, no solo retrocedía los años de su vida, sino también la de su padre quién murió mateando cuando tenía la friolera de ciento siete años, y él nunca le contó que el agua de la laguna llegaría al borde y se batiera tan bravamente cuando ni el aire se movía asimismo como en ese anochecer.
-¡Ayá está, casi en el medio! –gritó Calfí.
-¿Quién m`hijo?
-¡El nochero!… Y un relincho largo les hirió los oídos. Lo vieron nadar, hundirse, saltar sobre las aguas como si de la laguna surgiera una llamarada.-¡Nocheerooo!
Entre la luz difusa lo vieron emerger con dos cabezas y dos relinchos largos como trompetas de anuncio, dirigidas al sur oeste.
Dos lágrimas grandes mojaron la cara del viejo paisano. Y Calfí gritó:
-¡Sofía quiere que vuelvas, venite pa casa, nochero!
Lecturas: “Letargo”, de Perla Suez
El caballo rompiendo sus bazos contra el borde la laguna, miró a los dos con sus grandes ojos azulosos y sus crines se hicieron una agonía de bucles rubios. Muy despacio se hundió y las aguas quedaron serenas.
Un ratito después las estrellas peinaban sus flecos de luces mirándose en el espejo redondo de la laguna.
Huechupán y su hijo Calfí volvieron al rancho de piedra y techo de cueros.
A la luz de las brasas de la leña de piedra, Cirila mascullaba entre dormiteos. Sofía estaba quieta mezclando el color de su piel con el de las piedras negras.
Entraron el viejo y el hijo. Huechupán dijo: -El nochero… -y no habló más. Sofía tenía los ojos color azul y el cabello rubio y crespo. En su rostro se acariciaba la precoz tristeza de un Nochero amanecido.
Dicen que cuando aparece el Nochero braceando en las aguas de la laguna y mira hacia el noreste el verano será bueno y con mucho coirón blanco para la veraneada. Si mira y relincha hacia el sur oeste, en el invierno nevará mucho. Si asoma con dos cabezas habrá desastre de clima y muerte de gente y ganado.
Dicen que cuando el agua bate contra las piedras y no hay viento es porque el Nochero retoza con largas carreras por el fondo de la laguna del Paraguay.
Por Jorge Castañeda.-
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