Un año inigualable
Nadie puede prever el futuro. El zar Nicolás II escribió el 31 de diciembre de 1916 en su diario íntimo: “Este ha sido el peor año de mi vida. Creo que 1917 será mucho mejor”.
Apenas 75 días más tarde dejaba el poder y terminaba el dominio de la dinastía Romanov, que había gobernado Rusia durante 300 años. Algo parecido sucedió el 31 de diciembre de 2019: el gobierno chino informaba a la Organización Mundial de la Salud que había detectados algunos contagios con un nuevo virus, aun innominado, y que había decidido establecer una cuarentena estricta en la ciudad en la que se lo había descubierto: apenas 75 días más tarde España, Gran Bretaña y sobre todo Italia tenían saturadas las guardias hospitalarias y el mundo temía vivir el horror que solo había visto en los films sobre plagas que acaban con la humanidad. No: el futuro es imprevisible y no sabemos qué nos puede deparar, pero sí podemos saber qué hicimos durante 2020 para que la pandemia que aun asuela al planeta no fuera más grave de lo que fue y tratar de aprender algunas lecciones de ello.
Varios científicos que investigan las catástrofes afirman que la pandemia de coronavirus que aun vivimos fue –a pesar de haber producido la mayor crisis planetaria en medio siglo– la más suave y controlable de las catástrofes que podemos esperar (entre las que se encuentran algunas mucho más graves, como las que puede ocasionar el cambio climático) y que los gobiernos en ninguna parte han estado a la altura del desafío, ni siquiera los de los países orientales –que fueron los que más lograron frenar los contagios y minimizar las muertes–.
Por otro lado, la ciencia ha vivido un año excepcionalmente positivo: a menos de dos semanas de aislado el virus se había decodificado su genoma y se había liberado esa información para que investigadores de todo el mundo pudieran estudiarlo y buscar tratamientos para mitigar el daño que ocasiona y comenzaran los estudios para la vacuna que pudiera frenarlo. Los simples ciudadanos sin mayores conocimientos científicos no somos del todo conscientes del gran salto tecnológico y científico que significa que ya hace dos semanas que se comenzó a vacunar en distintos países con dos vacunas distintas y que hoy ya hay cinco vacunas aprobadas para prevenir este coronavirus.
Las investigaciones de nuevos remedios llevan muchos años de experimentación y las necesarias para desarrollar una nueva vacuna suelen llevar aún más tiempo. El promedio es de al menos 10 a 12 años para poder tener una nueva vacuna. Hace apenas 10 meses se comenzaron a desarrollar unas 150 en contra del coronavirus, de las cuales ya 5 están siendo aplicadas y hay otras 10 más que posiblemente estarán en uso antes de mediados de este año. Jamás había sido posible lograr algo así.
En gran parte esto fue posible porque se trabajó liberando las investigaciones, compartiendo los descubrimiento y permitiendo que decenas de miles de investigadores aporten sus conocimientos en estos proyectos. Además, los gobiernos en primer lugar y los principales laboratorios farmacéuticos privados en segundo lugar, aportaron una cantidad de dinero y de recursos técnicos como jamás antes se había hecho para resolver un problema sanitario.
Si a todo esto se le agrega que gran parte de la población del planeta participó de la información en tiempo real de todos los debates políticos, económicos y sanitarios sobre los problemas que desencadenó la pandemia, tenemos un escenario único en la historia. Es cierto que no siempre se arribó a los mejores resultados y que muchas discusiones estratégicas fueron arrasadas por las grietas políticas (en todo el mundo, casi no hubo país en el que eso no sucediera). Pero también es cierto que la pandemia y sus consecuencia sanitarias, económicas y políticas fue el primer debate universal en tiempo real en la historia de la humanidad.
La pandemia dejó muchas enseñanzas. En primer lugar, nos enseñó que somos más frágiles de lo que habitualmente creemos: un virus nuevo (y hay miles ahí que en cualquier momento podrían atacarnos como este coronavirus) nos torna muy vulnerables y hasta nos condena a la muerte.
Pero también aprendimos que si actuamos racionalmente, respetamos ciertas normas de higiene y distanciamiento social el mal que nos amenaza puede ser controlado hasta que tengamos las armas (las vacunas, los remedios) que nos permitan superarlo.
También aprendimos que hay una gran parte de las sociedades que no toleran las medidas racionales que nos protegen al conjunto y que hay que aprender a lidiar con eso.
¿Qué nos deparará 2021? Es imposible hoy saberlo. Si somos pesimistas recordaremos que es el año en que viven los del primer film Mad Max, cuando todo ha sido destruido. Si somos optimistas lo que nos espera es el futuro: para que lo construyamos.
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