El gaucho que amansa caballos con la caricia y el susurro en la Línea Sur

Joaquín Pichimil lleva una vida de trabajo en el campo en El Cuy. Fue a hacer un curso a Buenos Aires y cambió la doma tradicional por la racional, que propone hacerse amigo del animal.

Ahí va Joaquín Pichimil rumbo al corral, en medio de la polvareda que levanta el viento del norte de la Patagonia; sopla con furia, pero no llega a desacomodarle la boina. Ahí va, con la sonrisa de siempre, de campera y bombacha gaucha, el paso firme sobre las alpargatas negras, la piel curtida, la mirada franca, celeste. De a ratos sale el sol, de a ratos se nubla en el campo a 24 km al sur de El Cuy y sus 500 habitantes.

Hoy debe vacunar a las ovejas asistido por su hijo Pablo: la sarna no cede y será la quinta dosis de este año. A las que ya la recibieron, les hacen una marquita roja en la cabeza.

A vacunar las ovejas con su hijo Pablo. Foto: Alejandro Carnevale.

“¿Ve? Así de dura se pone. Si no las curamos va a ser un desastre, se rascan, se lastiman, la lana no sirve”, explica mientras muestra la diferencia entre la parte sana y la enferma en el lomo del animal.

No se pierde detalle la banda que vino a ver el eclipse desde Buenos Aires: los astrofotógrafos aficionados Leo y Marcelo y Mariana y Nicolás y sus dos hijos, Francisco y Agustín, que caminan entre los corderos, miran, preguntan, aprenden.

Lo que sigue para el gaucho nacido a pocos kilómetros de aquí es llevar un fardo a los caballos que sabe amansar con la caricia y el susurro, ahora acompañado por su hija Agustina, que los quiere tanto cómo él.

Con su hija Agustina. Foto: Alejandro Carnevale.

Joaquín cuenta que antes practicaba la doma tradicional. Y que ahora, a los 52, utiliza otra estrategia luego de hacer en Buenos Aires un curso de doma racional.

¿Cuál es la diferencia? “Antes uno se subía, el caballo corcoveaba y uno se agarraba, aguantaba y si tenía que pegar, pegaba. Eso no lo quise hacer más. Ahora tardo más, es cierto. Hay que tener más paciencia. Les hablo, los acaricio. Y cuando veo que están listos, les soplo al hocico. Cuando el caballo se deja hacer eso es porque se entregó”, cuenta en la estancia Santa Ana 1913.

Con la caricia y el susurro. «La doma racional es mucho mejor para el caballo», explica Joaquín. Foto: Alejandro Carnevale.

Tiene tres hijos. Pablo, de 16, que el año que viene termina la secundaria en El Cuy. Agustina, de 13, que cursa en Roca (a 120 kilómetros al norte) en un colegio con orientación agropecuaria. Y la pequeña Mili, que también está hoy con ellos de un lado para el otro y que ahora escucha un cuento que lee la mamá de los chicos porteños cerca de los olivillos.

Asadito. Con Mili y Pablo. Foto: Alejandro Carnevale.

Joaquín, que tiene 15 hermanos, debió dejar la escuela en segundo grado para ir a trabajar al campo. Sus hijos sí pueden estudiar y por eso su orgullo.

Después de las vacunas. Foto: Alejandro Carnevale.

“Eso me da felicidad. Así eran las cosas cuando yo era chico, no me quejo, agradezco que ellos sí puedan”, dice. Para que eso suceda, además de trabajar en el campo, completa sus ingresos como albañil en El Cuy. A puro esfuerzo, abre el camino para que ellos construyan su futuro.

Postal de la Línea Sur. Joaquín, Agustina y un amigo. Foto: Alejandro Carnevale.

Ahora ya es tiempo de volver al trabajo: lo espera una recorrida para reparar alambradas y más tarde otra tanda de vacunas. Ahí se va Joaquín acompañado por sus hijos, como toda la vida.


En 1998 se estrenó en los cines «El señor de los caballos», un filme de Robert Redford, basado en la novela de Nicholas Evans. La historia que interpreta Redford recuerda la capacidad de Pichimil.

En inglés la película se tituló «El hombre que susurraba a los caballos». Redford protagoniza a un adiestrador con un gran capacidad para relacionarse con los animales que es contratado para «sanar» a un purasangre que pertenece a una adolescente (interpretada por Scarlett Johansson) después de un trágico accidente.


Donde trabaja por estos días Joaquín Pichimil, la estancia Santa Ana 1913 a 25 km de El Cuy, no hay conexión a Internet ni señal de celular.

Cuando esta en su casa en el pueblo, sí puede comunicarse por WhatsApp, pero en el campo el único contacto con el mundo es a través de un equipo de radio.

Su mundo, el campo. Foto: Alejandro Carnevale.

La gran preocupación aquí es la sarna que afecta a las ovejas y que no han logrado erradicar pese a haber aplicado ya cinco dosis de vacunas este año.

Por eso Carlos Drachemberg, dueño de la estancia, reclama al Senasa mayor presencia en el terreno para encontrar una solución. Para completar un año complicado, las nevadas del invierno le hicieron perder 400 ovejas en las tierras más altas y la pandemia frenó la venta de lana al exterior.


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