Jorge Fernández Díaz: vidas de los héroes infames
“La traición” es la tercera entrega de la saga protagonizada por el agente de los servicios Remil. En un encuentro con Río Negro, el periodista y escritor contó cómo se gestó esta novela.
Jorge Fernández Díaz tenía otros planes literarios para este año, pero, como a todos, la pandemia le cambió esos planes. La pandemia y un llamado de su editor. En marzo pasado, el periodista y escritor tenía terminado un largo ensayo político sobre su relación con el peronismo; sin embargo, los cambios absolutos por el covid-19, lo obligaron a cajonear el ambicioso proyecto por tiempo indeterminado, tan indeterminado como la pandemia misma.
Nacho Iraola, su editor, lo llamó aquella vez para comunicarle que el libro no iba a salir, no en ese momento. Se venía una cuarentena de frente y no había mercado para un libro político de mil páginas. Fernández Díaz se quedó shockeado por la noticia. A los 15 días, Iraola lo volvió a llamar para hacerle una propuesta: “¿Por qué no te escribís una de Remil?”.
Así surgió, en parte, “La traición” (Planeta, 2020), la tercera novela protagonizada por este particular agente de los servicios de inteligencia argentina que instaló en el país un género muy poco visitado: el thriller político.
Río Negro mantuvo, hace unos días, una extensa entrevista con Jorge Fernández Díaz (Buenos Aires, 1960) que fue emitida en vivo por las redes sociales del diario, en la cual el actual columnista del diario La Nación habló de sus orígenes como escritor, de cómo conviven en él el periodista y el novelista y, por supuesto, de “La traición” y de Remil, ese héroe infame, tal como el mismo personaje supo definirse a sí mismo.
Escritor y periodista, durante treinta y cinco años fue alternativamente cronista policial, periodista de investigación, analista político, jefe de redacción de diarios y director de revistas. Es actualmente uno de los principales columnistas políticos del diario La Nación.
Formado en esas divisiones inferiores que fueron para muchas generaciones de lectores la colección de aventuras Robin Hood, el niño Fernández Díaz nutrió su imaginación con las novelas de Robert Louis Stevenson, Arthur Conan Doyle, Julio Verne… Estas lecturas y los grandes clásicos del cine de súperacción, John Ford, Howard Hawks, Alfred Hitchkock lo estimularon a ser escritor. “Yo quería producir en otros todo lo que estos libros y películas producían en mí. Yo descubro que quería ser escritor, algo que le rompió el corazón a mi padre, quien asimilaba la idea de ser escritor era ser vago”.
Ya adolescente, junto a su amigo Oscar Conde, descubrió el universo de los espías a partir de las novelas de Ian Fleming y su James Bond, John Le Carré, Graham Greeen. Ese fue, en parte, el origen del agente Remil porque la otra parte vendría muchos años después con el ejercicio del periodismo, sobre todo el de cronista de policiales que supo ser alternativamente a la investigación periodística y el análisis político. Todo esto le dio a Fernández Díaz el conocimiento y la perspectivas necesarias para ser, ahora sí, el escritor que imaginó.
“Yo no tenía la experiencia de lo que era el mundo de la política y digo de la política porque aquí el espionaje no es una batalla contra una potencia, sino que es un espionaje político. Y esa es la característica más importante de las novelas de Remil, un género muy específico, y es el género del espionaje político”, afirma Fernández Díaz.
Se desmarca de aquellas lecturas y explica las diferencias entre el espionaje de aquellas novelas y el espionaje practicado históricamente en argentina. “Las novelas clásicas de espionaje rara vez tratan de política doméstica, acá la inteligencia ha servido a los poderosos, las clases políticas, loe empresarios, sindicalistas… Han utilizado el servicio de inteligencia público para hacer actividades privadas, quemar personas, vigilar personas, todas cuestiones domésticas”.
Autor de novelas como “El dilema de los próceres”, “Mamá”, “Fernández”, “Corazones desatados”, “La segunda vida de las flores”, “La logia de Cádiz”, entre tantas otras, Fernández Díaz sintió que recién pudo escribir aquellas novelas de espionaje que lo fascinaron en la adolescencia cuando conoció de primera mano qué pasa detrás del poder, “que pasa allí cuando puede verse esas mascarás mediáticas de este teatro de operaciones que es el carnaval político. Qué pasa detrás de todo eso. Recién 30 años después”, confesó Fernández Díaz, “pude llegar a ‘El puñal’, a Remil. Antes había fracasado”.
“Borges bien lo señalaba: aquí no sería creíble un comisario bueno. Aquí no es creíble un comisario como Montalbano.
Jorge Fernández Díaz.
Ahora bien, ¿quién es Remil? Es, en ese cautivante universo literario creado por Fernández Díaz, un hombre complejo. Ex combatiente de Malvinas, fue reclutado como tantos otros veteranos de esa guerra por la inteligencia para ser parte de los servicios. Si bien no es un sicario, él, Remil, siempre lo aclara por las dudas, es un hombre que aprieta, espía, extorsiona y sí, también mata.
Al servicio del “coronel” Cálgaris, uno de los “padres” de este hombre huérfano en todos los sentidos, trabaja para La Casita, una organización paralela a La Casa que se encarga de los trabajos más sucios y pesados dentro del espionaje político. Esos trabajos que nadie quiere hacer pero que son necesarios para que la estructura de inteligencia funcione.
A propósito de la saga de Remil, Fernández Díaz cuenta: “Siempre tuve la idea de escribir una serie policial que fuera creíble para el lector argentino, entendiendo que, ya en 1930, Borges, quien metió el policial en el gran canon, algo que, salvo Piglia, intenta sacar de ese canon de la cartografía critica como si el policial todavía fuera un género menor en la literatura argentina, en la crítica, en los suplementos culturales y en las facultades. Andá a Francia, ¡lo que saben del género policial! La importancia que ha tenido y tiene el policial allí”.
Las dos primeras novelas de la serie protagonizada por Remil.
Para él, el género policial es la gran novela sociológica de nuestro tiempo, la que permite narrar la jungla de asfalto como ningún otro género. Incluso mejor que el periodismo narrativo, sostiene. “Borges bien lo señalaba: aquí no sería creíble un comisario bueno. Aquí no es creíble un comisario como Montalbano. Carlos Gamerro había hecho un decálogo sobre por qué no podía escribirse novelas policiales en Argentina. Bueno, tuve el honor de hacer un policial creíble con un personaje creíble y que es un criminal de estado, un detective, espía, todo al mismo tiempo. Alguien tremendo que hace cosas tremendas. Gamerro me escribió después de que leyó ‘El puñal’ y me dijo que era la primera vez que se refutaba su decálogo (risas)”.
Una de las características más interesantes del personaje de Remil es su condición de veterano de Malvinas: es un tipo que por edad no tuvo participación en la última dictadura, pero sí fue soldado en Malvinas. Estuvo en el frente de batalla, peleó cuerpo a cuerpo con los ingleses. ¿Cómo llegó un héroe de Malvinas a ser parte de los servicios y convertirse en un héroe infame? “La g uerra de Malvivas ha sido muy importante para nuestra generación, es una guerra maldita por supuesto. He tenido mucha relación con los ex combatientes. Hace muchos años hice un relevamiento de los que fueron los héroes verdaderos, ‘“La hermandad del honor”’.
Muchos de esos soldados que eran muy destacados como tales, que estaban un poquito locos, pero que podían ser reclutados como comandos se los reclutaba. Los ex combatientes fueron una buena cantera para sacar tipos, hacerlos pasar por la escuela de inteligencia y por las fuerzas especiales, como le pasó a Remil y al salteño, que trabaja con Remil. Yo quería que la lógica interna del personaje sea la de un soldado. Ahora, ¿un soldado de qué causa? De la causa del que lo sacó de la locura y del suicidio”.
¿Por qué funcionó Remil para el lector argentino? En palabras de su creador: “El truco con Remil es un truco delicado, es una novela de malos contras peores, pero siempre al final de cada novela tenés que tomar partido por Remil. Le pongo una alta emocionalidad personal, se enamora, casi que pierde la cabeza por amor, sufre por eso todo el proceso de pasión, enamoramiento y decepción. Esta emocionalidad creo que es el gran truco que permite, sabiendo que Remil es un sujeto repudiable, también es creíble. Los lectores franceses y españoles están enamorados de Remil, ¡creen que es bueno! (risas)”.
Quiero dar la sensación de realismo, pero no es una novela en clave. He construido criaturas que tienen características equivalentes y el sabor de la realidad. Para eso tuve que trabajar mucho el verosímil».
Jorge Fernández Díaz.
Volvamos a los comienzos de la pandemia. Postergada la publicación del ensayo político o, como lo definiría el propio Fernández Díaz, ideológico, y tomada la sugerencia del editor, necesitó el impulso necesario para escribir. Ese impulso le apareció en Orly, el aeropuerto parisino. “Yo necesito un impulso para escribir y con esta novela al impulso lo sentí en París. Yo estaba allí becado por dos meses para tomar notas para el ensayo. Mi amigo Arturo Pérez Reverte me invita a dar una charla en Sevilla. Estaba por tomar el avión hacia Sevilla y surgió la pregunta que debe surgir para comenzar a escribir. Esa pregunta siempre es una conjetura. Y la pregunta fue la siguiente: qué pasaría si alguien allegado al papa Francisco recibe la información que alguno de esos referentes sociales que fue un guerrillero y al que él suele recibir y sacarse fotos, está por cometer una locura, acto de publicidad revolucionaria, una especie de La Tablada en pleno siglo XXI. Bueno, posiblemente, contrate un servicio de inteligencia paralelo (La Casita) para que evite esto y no le manche la sotana. Esto fue lo que se me ocurrió en París. Lo fui recreando, con el paso del tiempo me di cuenta que no solo tenía que tratar sobre ese ex guerrillero que alucinaba una revolución sino también sobre otros ex guerrilleros que se habían volcado a la democracia y cómo se vendían y se corrompían, un progresismo que compra teorías autoritarias, como se mueve ese territorio que se vio en acción en los últimos años”.
De las tres, es “La traición” la más cercana a la actualidad política argentina, donde cierto progresismo se propone, ahora en palabras de Fernández Díaz “a jugar a que estamos en la resistencia peronista, a que el gobierno constitucional (N. De la R.: en ese momento bajo la presidencia de Macri) una dictadura, una especie de juego tipo Play Station que en cualquier momento te levantas y seguís con otra cosa pero que tiene consecuencias para la democracia. Eso me parecía interesante, que Remil estuviera más expuesto”.
Si bien todos los personajes son de ficción, a la vez están construidos con la imagen y la memoria nuestra con personajes que existieron en la realidad. “Quiero dar la sensación de realismo, pero no es una novela en clave. He construido criaturas que tienen características equivalentes y el sabor de la realidad. Para eso tuve que trabajar mucho el verosímil. Iba a ser mucho más espectacular, más cinematográficas, le tuve que bajar el ‘novelesquismo’ a para que el lector de diarios no me diga ‘No, Fernández Díaz esto no puede pasar’ (risas). Esto es una realidad paralela como si estuviera pasando o si estuviera a punto de pasar”.
“Es una gradación justa”, sostiene Fernández Díaz, porque, aclara, “tampoco tiene que ser como si se leyera el diario”. Pero tampoco hubiera sido verosímil para la ficción. Y allí radica la virtud de Fernández Díaz: cuando las cosas se parecen demasiado a la realidad, da un volantazo y nos devuelve a la ficción. Y Remil, un héroe infame, debe lidiar con el amor por una mujer.
Jorge Fernández Díaz tenía otros planes literarios para este año, pero, como a todos, la pandemia le cambió esos planes. La pandemia y un llamado de su editor. En marzo pasado, el periodista y escritor tenía terminado un largo ensayo político sobre su relación con el peronismo; sin embargo, los cambios absolutos por el covid-19, lo obligaron a cajonear el ambicioso proyecto por tiempo indeterminado, tan indeterminado como la pandemia misma.
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