Ya no sos igual

Un momento, un lugar y un estado de ánimo. Un artista o un acontecimiento. Algo nos sacude los cimientos de nuestro sistema nervioso. Algo nos cambia la vida para siempre.

Mark Chapman terminó de leer «El cazador oculto» de J.D. Salinger y su cerebro hizo ¡clack! Poseído por el daño -daño que traía en sus átomos y que Salinger avivó con su alegato juvenil- sacó un revólver y mató a John Lennon.

El arte, en definitiva, le dio vida y muerte al pelilargo de anteojitos redondos autor de «Imagine».

El que habla ahora es The Edge, el personalísimo guitarrista de U2. «Me acuerdo, como si fuera hoy, de la primera vez que vi a The Clash. Fue en Dublín, en 1977. En la ciudad nunca había habido un show como ése. No creo que hubiésemos llegado a ser la banda que somos de no ser por ese concierto y ese grupo. Nos mostraron lo que hacía falta, y la cosa era poner pasión».

Con 16 años Guillermo Vilas miró caminar y moverse al brasileño Thomas Koch y no lo dudó: no sería abogado como pretendía su padre sino tenista -en esa época en la Argentina equivalía a ser astronauta-, un gitano de vincha que imitaría a Koch hasta en los defectos. Fue el más grande.

Un libro, un personaje, una canción: eso es lo que nos cambia la vida. No ocurre lo mismo con la tevé: su fatuidad nos puede conmover pero de allí a cambiarnos… es más difícil. Acaso la última esperanza haya sido «Caiga quien caiga», «el programa» de la década del '90 que le cambió el disco rígido a más de una generación de chicos que querían estudiar periodismo o Ciencias Políticas tras cada jueves de excitación y «justicia». «CQC» sintetizó todo lo que la juventud aspiraba en esa década tan denostada: la rebeldía, la «ironización» de la vida, cierto cinismo, cierta hipnosis. Muchos creyeron poder eternizar ese burbujeante escepticismo hacia las instituciones. Pero el tiempo pasó. Ellos están grandes y nosotros crecimos. Hoy «CQC» es como una novia que cumplió 40: se le ven las arrugas y lleva una sonrisa forzada. Es anacrónico: nadie le cree a esos tres tipos que juegan a ser chicos malos. Son inofensivos y, lo que es peor, perdieron la magia, ese chispeante salvajismo que les cruzaba los ojos.

Pablo Perantuono

pperantuono@rionegro.com.ar


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