Cuando la fatiga le gana terreno al miedo y la ansiedad
A medida que la pandemia se estacionó en el calendario y avanzaron los meses, el miedo a lo desconocido cedió lugar y aparecieron el estrés, cansancio y los malos hábitos. ¿Por qué?
El contexto de pandemia y medidas de aislamiento ha modificado las rutinas. Esta situación representa un novedoso entorno de estrés que provoca una tensión entre las demandas de la situación y los recursos de las personas para hacer frente a ellas.
Las secuelas, la gran incógnita del coronavirus
Al inicio hemos desarrollado un gran esfuerzo para adecuar las actividades diarias personales, laborales, parentales y demás.
De pronto nos encontramos todo el día en casa, trabajando, estudiando, haciendo ejercicio, relacionándonos con otros y muchas otras actividades.
Este gran esfuerzo, en el corto plazo, nos permitió adaptarnos a las nuevas circunstancias, pero nuestros recursos son limitados y, ante una demanda sostenida en el tiempo, nos empezamos a sentir agotados.
Es así que, de a poco, el miedo inicial a la enfermedad fue dejando su rol preponderante a la fatiga, la intolerancia a la incertidumbre, la preocupación por problemas financieros y al aburrimiento.
La fatiga es un estado de cansancio, de pérdida de interés y motivación, que incluye dificultades en la atención y la concentración y que es acompañada por un decaimiento del ánimo y de la satisfacción.
Además de esto la fatiga, en parte, es consecuencia del esfuerzo sostenido y de los cambios que produjo en los 3 pilares de la salud: el ejercicio físico, la estabilidad del sueño y la alimentación saludable. Pero, circularmente, cuando la fatiga se instala, más se exacerban las alteraciones en los 3 pilares.
Los estudios indican que la falta de ejercicio recreativo se asocia con la fatiga. Es posible que los cambios de las rutinas y la necesidad de una elevada autodisciplina hayan dificultado encontrar el tiempo o la energía para hacer ejercicio. Pero, al mismo tiempo, la falta de ejercicio también podría provocar dolores musculares, un deterioro de la salud y el bienestar, cuestiones que se asocian directamente con la fatiga.
La mala nutrición también contribuye a la fatiga. Asimismo, la fatiga se asocia con un mayor consumo del alcohol. Recíprocamente, el aumento del consumo de alcohol, depresor del sistema nervioso, podría ser una consecuencia de la fatiga y la tensión mental. El aburrimiento y el estrés son amenazas que podrían llevar a perder el patrón habitual y adoptar malos hábitos, como comer en exceso o picar.
Así vemos que tenemos en frente un problema cíclico, que se va retroalimentando a medida que avanza el tiempo y la enfermedad continúa circulando sin una cura.
El sueño es el otro pilar seriamente afectado. Si bien los estudios describen un aumento de las horas destinadas a dormir, la calidad del sueño se ha lesionado. La presencia de pesadillas, sueños vívidos y los cambios en los horarios para dormir han afectado la función restauradora del sueño.
La convivencia con el Covid-19 durará un tiempo más, por lo que es imprescindible recuperar la columna vertebral del bienestar. La tentación podría ser hacerlo rápidamente. Paradójicamente, esto nos llevaría a más fatiga.
La recuperación de los pilares debe ser progresiva, de lo contrario, los hábitos más saludables pueden convertirse en fuente de estrés y carecer de gratificación.
Ganar espacios para la actividad física. cuidarnos con las comidas, o al menos no caer en el picoteo por aburrimiento. Buscar algún hobby. Tratar de dormir ocho horas de corrido. De a poco, estas acciones serán claves para recuperarse progresivamente.
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