Todo gira en torno del conurbano
James Neilson
Generaciones de dirigentes peronistas optaron por aprovechar las necesidades de los más pobres sin estimularlos a incorporarse a la sociedad formal.
A inicios del siglo pasado, el británico Halford John Makinder elaboró una teoría que en las décadas siguientes se haría célebre e incidiría en el pensamiento estratégico de muchos gobiernos, entre ellos el soviético, el nazi y los norteamericanos, fueran éstos demócratas o republicanos. Dictaminó que quien llegara a apoderarse del corazón del continente eurásico, o sea, de Asia central, podría aspirar a la hegemonía mundial, por ser cuestión de lo que llamaba el “pivote geográfico” por antonomasia.
En el mundillo político argentino, el “pivote” es el conurbano bonaerense. Lo que está ocurriendo en los municipios densamente poblados que lo conforman determinará el futuro del país. Es que quienes controlan el conurbano tienen el poder suficiente como para dominar el movimiento peronista que, con tal que se mantenga unido, suele triunfar en las elecciones presidenciales o, si se las arregla para perderlas, de hacerle la vida tan imposible al ganador que no tardará en regresar al poder.
Lo mismo que el centro de Asia de nuestros días, el conurbano bonaerense es pobre, atrasado y, a juzgar por la situación nada feliz en que se encuentra, desde hace mucho tiempo ha sido pésimamente administrado, pero dichas desventajas no le han impedido desempeñar un papel cada vez más protagónico en la vida nacional.
En los meses últimos, la importancia relativa de esta zona tan deprimida ha aumentado mucho. A causa de la combinación nefasta de una pandemia apenas manejable con la ya crónica crisis económica, el gobierno de los Fernández ha tenido que gastar en ella una proporción creciente de los escasos recursos disponibles para impedir que estalle.
Por ahora, el conurbano sigue siendo de Cristina. De no haber sido por el nexo emotivo que la señora ha logrado formar con millones de personas que subsisten, en situaciones que muchos calificarían de infrahumanas, por debajo de la línea de pobreza en los asentamientos contiguos a la “opulenta” Capital Federal, no le hubiera sido dado convencer a los peronistas que hasta entonces la habían repudiado a cerrar filas para apoyar a su subordinado, Alberto Fernández, en las elecciones del año pasado. Para los intendentes y ocupantes de lugares en las listas sábana, se trataba de un buen negocio; votos a cambio de pedacitos de poder.
¿Corre peligro la relación de Cristina con los habitantes del conurbano? La vicepresidenta tiene buenos motivos para sentirse preocupada; en las aglomeraciones que le sirven de base de sustentación la inseguridad es palpable, policías mal remunerados protestan en las calles y se cuentan por miles los casos de toma de tierras por grupos de pobres organizados por punteros mayormente oficialistas, activistas de la izquierda y también, dicen, narcotraficantes. Cristina, su presunto delfín Axel Kicillof y quienes los rodean no pueden sino temer que en cualquier momento se produzcan batallas campales con un saldo siniestro de muertes, lo que les costaría la adhesión de muchos que sólo quieren vivir en paz.
Luego de varios días de confusión en que la ministra de Seguridad nacional, la antropóloga Sabina Federic, opinó que la toma de tierras no era de su incumbencia porque se trataba de un “tema de hábitat”, mientras que su homólogo bonaerense Sergio Berni, que también milita en las huestes de Cristina, le contestó recordándole que “la usurpación es un delito”, el oficialismo logró unificar su discurso. Con todo, si bien los distintos voceros gubernamentales coinciden en que las tomas son ilegales, no se animan a ordenar el desalojo de los intrusos.
La razón es evidente; lo último que quieren es asumir posturas que los kirchneristas más vehementes y sus aliados izquierdistas denunciarían por reaccionarios, antipopulares, neoliberales y así por el estilo. En un intento de apaciguar a los militantes que fantasean con cambios drásticos, dan a entender que solucionarán el “tema de hábitat” con un programa de urbanización.
El conurbano es desde hace muchos años el problema principal de la Argentina por ser un caldo de cultivo para un sinnúmero de patologías sociales, uno que ha alcanzado dimensiones tan grandes que plantea una amenaza al país en su conjunto.
Por motivos es de suponer electoralistas, generaciones de dirigentes peronistas optaron por aprovechar las necesidades de los más pobres sin tratar de estimularlos a incorporarse plenamente a la sociedad formal, lo que los hubiera obligado a dosificar los planes asistenciales con exigencias imperativas, ya que no les sería nada fácil a los empantanados en la miseria adquirir los conocimientos y hábitos -“la cultura del trabajo” a la que tantos políticos aluden-, que necesitarían para poder abrirse camino en el mundo moderno.
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