Sueño cumplido: tres andinistas de Varvarco hicieron cumbre en invierno en el volcán Domuyo
Los guardaparques Héctor Valdez y Daniel Castillo y el guía de montaña Damián Hernández lograron llegar al Techo de la Patagonia tras una expedición de cinco días con temperaturas de hasta 20°C bajo cero en el norte neuquino.
Tres amigos nacidos y criados en Varvarco con los 4709 metros del Domuyo frente a sus ojos cumplieron el sueño de hacer cumbre en el volcán por primera vez en invierno, tras una expedición de cinco días en la que soportaron temperaturas de hasta 20 grados bajo cero en el norte neuquino.
Después de la frustración de dos intentos anteriores que debieron suspender por los temporales, los guardaparques Héctor Valdez (47) y Daniel Castillo (46) y el guía de montaña y profesor de educación física Damián Hernández (34) pudieron al fin llegar a lo más alto en los días más fríos y observar el maravilloso espectáculo que se extendía frente a ellos: la cordillera nevada, los volcanes chilenos San Pedro y San Pablo al norte, el Copahue al sur, el Payún Matrú en Mendoza, al este los cerros Tromen y Wayle, los más cercanos a Chos Malal.
Ese escenario que parece salido de un sueño es la postal para el recuerdo con la que se quedaron el jueves 20 de agosto, tras arrancar a las 5 de mañana del campamento base a 3.000 metros de altura y subir y subir por los filos de la cara sur sin nieve, porque el viento soplaba tan fuerte que no dejaba que se acumulara y la empujaba hacia el oeste.
Trataban de esquivar, además, el riesgo de los manchones y las lenguas de nieve congelada y en pendiente, pero en los 4.000 metros no hubo otra chance que ponerse los grampones para superar la tirada más complicada.
A las 12 llegaron al punto más alto, se dieron el abrazo de cumbre y durante 15 minutos contemplaron el paisaje cubierto de blanco desde el techo de la Patagonia que según la NASA tiene 11 centímetros más desde el 2014. Y sacaron por unos segundos las manos de los guantes para tomar las fotos que documentaron ese momento inolvidable para volver a ponérselos rápido y evitar que se congelen los dedos.
“Esto lo empezás a disfrutar cuanto te ponés la meta y lo terminás cuando volviste a tu casa. Estar ahí arriba es una sensación que no se puede describir con palabras, al menos yo no puedo”, dice Héctor.
“Fue una aproximación larga, dura, cansadora, con mucho frío, viento, cambios de clima. Fue mirar hacia atrás y ver cuánto nos había costado. Fue algo único. Y especial también por compartirlo con las dos personas que me iniciaron en el montañismo”, dice Damián.
A los 13 hizo su primera cumbre en verano acompañado por Héctor y más tarde otras con Daniel. A esta altura del partido, después de tantas experiencias compartidas, los tres saben con una mirada si vienen bien o alguno anda corto de piernas, si da para seguir o hay que parar. Antes que ellos, solo un grupo de Chos Malal en 1997 y el solitario andinista Beto Fuentes habían conseguido llegar a lo más alto en el invierno.
Para la cumbre del jueves habían salido desde Varvarco el lunes. Dejaron la camioneta en el puesto de veranada de Castillo y empezaron a andar son las mochilas en un trineo para reducir esfuerzos. «¿Nieve? Entre tres y cuatro metros, hace unos 10 años que no se veía tanta”, recuerda Valdez que recorre estos tesoros del norte neuquinos desde los 10 años.
El martes lo pasaron guarecidos por un temporal que había anticipado el pronóstico, pero reiniciaron la travesía el miércoles y llegaron al campamento base a 3.000 metros. Sabían que el jueves era el día ideal para atacar la cumbre.
Y si de los ponchos y los gorritos de los 90 que les da gracia ver ahora en las fotos de aquellos primeros ascensos pasaron a los cascos, las antiparras, la ropa impermeable, la campera de duvet que da calor rápido y las telas que respiran, la evolución de la tecnología para predecir qué ocurrirá con las condiciones meteorológicas también es un aliado fundamental para los montañistas. Por eso subieron el jueves 20 y el solcito les entibió el alma mientras iban por su sueño.
“Antes ibas sin nada, esto es otra cosa. Por ejemplo, en un intento anterior estuvimos tres días metidos en una carpa por el temporal después de haber caminado desde Varvarco. Y otra vez nos pasó lo mismo en el Atreuco y pegamos la vuelta después de dos días. Ahora es distinto, hay mejores equipos e información. Y la máquina vial llega hasta donde dejamos el vehículo en el puesto, eso nos acorta camino también”, comenta Héctor.
Le dicen Terinche, por eso de que los apodos van tomando vida propia desde la primaria hasta que se detienen en su forma final. Damián es el Raque, porque de chico armaba raquetas con varillas de sauce para caminar sobre la nieve. Y Castillo es el Viejo, no está en las redes y hace poco el rescate de un cóndor herido que hizo en el cajón del Covunco junto al guardafauna Martín Muñoz se hizo viral pero él ni se enteró.
El Terinche, el Raqueta y el Viejo compartieron aventuras en el Aconcagua, el Tromen, el Lanín, en los volcanes chilenos.
Y si se conocen tanto como para saber cómo está el otro de un golpe de vista, también comparten un deseo: que se desarrolle la cultura del montañismo en el norte neuquino y que cada vez sean más los que se le animen a ese gigante que los deslumbraba desde que eran unos pibes que corrían por Varvarco y sus paraísos cercanos y soñaban con saber cómo se vería el mundo desde el Techo de la Patagonia.
En los últimos 15 años se advierte un crecimiento en el interés por escalar el volcán Domuyo, una aventura que antes por lo general quedaba reservada para los residentes en poblaciones cercanas del norte neuquino.
La temporada va del 1 de noviembre al 31 de abril y se recomienda ascender con un guía aun cuando no es obligatorio contratar uno y los senderos están marcados por los efectivos del Ejército. En ese caso, se debe firmar el deslinde de responsabilidad.
En los domos construidos hace tres años en las inmediaciones del volcán personal del Ejército (de Covunco) realiza el control de quienes suben.
Los guardaparques tendrán su puesto ahí (la pandemia demoró los trabajos) como base para custodiar las 92.000 hectáreas del Área Natural Protegida Domuyo, la más extensa de Neuquén. Para ellos, el ascenso invernal es parte del entrenamiento de cara a operativos y rescates fuera de temporada.
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