Alfredo, el solitario luchador contra la tala clandestina en la cordillera
Es el único inspector de la dirección de Bosques de Río Negro en miles de km2 en la zona cordillerana. Con 61 años, Alfredo Allen lleva 16 en ese rol y solo su pasión explica que se enfrente a incidentes como amenazas con armas, golpes, incendio de una camioneta y "hasta un puntazo en el estómago". En mayo pasado se contagió de coronavirus y estuvo más de un mes internado, pero apenas se recuperó donó plasma y volvió a su trabajo.
El control de la tala clandestina y la explotación indiscriminada de los bosques debería ser en la zona cordillerana una tarea de alta prioridad para el Estado. Por eso sorprende comprobar que la dirección de Bosques de Río Negro desde hace años tiene un solo inspector, con un área a cargo de miles de kilómetros cuadrados que arranca en Villa Llanquín, pasa por Bariloche, El Manso, El Bolsón y termina en Ñorquinco.
Alfredo Allen lleva 16 años como inspector de Bosques y le gusta mucho su trabajo, De otro modo no se explicaría su perseverancia a pesar del sueldo magro y de los incidentes que le ha tocado padecer, incluido el incendio de un vehículo, amenazas con armas y hasta “un puntazo en el estómago”, en procedimientos que se complicaron más de la cuenta.
Para peor, en mayo pasado se contagió la Covid-19 y estuvo más de un mes internado. A pesar de sus 61 años, una vez recuperado volvió al ruedo.
“Es un trabajo lindo, yo no lo cambiaría. Pero no es para cualquiera. A veces tocás algún interés y te apuran, te apuran mal -aseguró Allen-. Una cosa es ir por un árbol que cortaron sin permiso porque les tapaba el sol. Es una infracción y nada más. Pero cuando están sacando leña para vender, puede haber un altercado. Lo menos que tienen es un machete, hachas, motosierra y a veces armas de fuego”.
Allen es oriundo de Quilmes y se radicó en Bariloche en 1982, después de terminar el servicio militar. Trabajaba en la piscicultura del Departamento Provincial de Aguas cuando se enteró de que buscaban inspectores en la dirección de Bosques.
La delegación en ese entonces estaba a cargo de Germán Fritz. Allen se presentó, llevó el currículum, lo ayudaron sus antecedentes como bombero voluntario y recibió capacitación específica en botánica y en legislación forestal. A las pocas semanas empezó a trabajar en la fiscalización de talas y apeos ilegales.
Hoy arma su plan de trabajo con recorridas planificadas por las zonas más críticas y también en función de las denuncias recibidas. “La gente me conoce y me llama mucho. Mi teléfono (que es personal, no es de Bosques), lo tiene todo el mundo. Aunque a veces lo apago en los fines de semana para descansar un poco”, afirmó.
La suya es una pelea desigual, porque si de algo es consciente es que el daño ambiental se multiplica y ya no alcanza a cubrir la demanda. La presión poblacional en sitios puntuales como la ladera sur del cerro Otto, la zona del arroyo Casa de Piedra (en Bariloche) o las márgenes del río Azul y Cuesta del Ternero (en El Bolsón) causa gran impacto en la vegetación nativa. Lenga, chacay, ñire y retamo son las especies más afectadas. Aunque también hay extracción de pinos.
Allen explicó que el metro cúbico de leña se puede vender entre 1.500 y 2.000 pesos y mientras alguien lo pague los furtivos se van a arriesgar. Dijo que por lo general cortan el árbol verde y lo dejan en el terreno para aprovecharlo al año siguiente.
Mientras que este año “cosechan” lo cortado en la temporada anterior. Por lo general se esmeran en pasar desapercibidos, no usan camiones y se mueven preferentemente en camionetas desvencijadas o carros a caballo.
“Con retirar un metro por día les alcanza. Calculo que hay entre 60 y 80 personas que se dedican a esto -sostuvo el inspector-. A un metro cada uno por día y por año, la tala clandestina es enorme. Hay mucha plata en juego”.
Reconoció que encontrar talas que no pudo evitar “da un poco de impotencia” y que para preservar la seguridad muchas veces realiza su trabajo con acompañamiento policial.
Es partidario de adecuar las normativas para que los inspectores puedan portar armas, “solo para disuasión”. Aunque hubo varios reclamos de organizaciones ambientalistas para que la provincia designe más inspectores (incluso por vía judicial), hasta ahora Allen sigue solo en esa función. Hubo incorporaciones en Bosques pero el nuevo personal fue destinado a otras tareas.
Dijo tener la certeza de que su trabajo afecta “a cierto negocio” y por eso ningún respaldo sobra. Igual dijo que “el sueldo es bajo” y no cobra horas extra, a pesar de cumple jornadas interminables y también sale los fines de semana.
Allen aseguró que en su caso no tiene una formación específica (por ejemplo como técnico forestal) y debió aprender sobre la marcha, a puro ensayo y error, “que no es lo mejor”. Dijo que el suyo es un trabajo en el que hace falta un perfil muy particular, “no hay que demostrar miedo y saber cuándo es necesario evitar la confrontación”.
Entre los errores que asimiló y corrigió, según dijo, está la elaboración correcta de los pedidos de allanamiento, porque muchas veces debe inspeccionar terrenos privados en los que le prohiben el acceso.
Dijo también que las necesidades sociales están siempre presentes. “Cuando voy a decomisar leña muchas veces me dicen ‘es para darle a comer a mis hijos ¿qué querés, que salga a robar?’. Uno le explica que es por el bien de todos. Hay que cuidar el recurso forestal para el futuro, porque aunque parezca mentira va a haber futuras generaciones” deslizó Allen, con alguna ironía.
Entre las anécdotas que le vienen a la memoria aparecen antes que nada los hechos de violencia vividos luego de tantos años en la defensa del bosque.
Recordó que hace diez años le quemaron la camioneta en Villa Los Coihues, muchas veces lo corrieron a piedrazos, tuvo varias “cagadas a piñas”, un palazo en el ojo y hasta un puntazo en el estómago, que no le causó mayor daño porque “tenía mucha ropa y la navaja era chiquita”.
Otros incidentes menores, a los que ya no les da importancia, suelen terminar con una lluvia de amenazas del tipo “sabemos donde vivís, ya te vamos a encontrar”.
Para graficar la escasa capacidad de respuesta de la provincia, dijo que no hay estructura funcional en el área y él, como inspector depende en forma directa del subsecretario de Recursos Forestales, Fernando Arbat. “Todo esto tendría que estar mejor armado, con jefaturas intermedias y un cuerpo de inspectores capacitado”, opinó.
Sobre la experiencia de la Covid, Allen admitió que resultó dura, pero con final feliz. Admitió que en esas largas semanas no hubo inspecciones “y seguro que los que andan sacando leña se avisaron entre ellos”.
Cuando estuvo en condiciones no dudó en retomar las inspecciones. “Ahora estoy bien y ando por todos lados, tengo el privilegio de no contagiar -afirmó-. Incluso ya fui un par de veces a donar plasma”.
Comentarios