Preservar el eucaliptus, árbol y espíritu
Me gustaría poder exponer lo siguiente en forma personal, pero la pandemia, con sus exigencias de encierro obligatorio especialmente para los adultos mayores, me lleva a optar por este medio.
No se trata de un problema estructural, ni que afecte a la vida comunitaria, sobre todo cuando se lo ubica en un tablero de crisis, temores e incertidumbre como los que vivimos. Pero hace a la esencia de nuestro pueblo, a su espíritu pionero y a la sabia que lo alimentó, desde antes de 1904 -año de la capitalidad- hasta nuestros días.
Me estoy refiriendo a la renovada intención de eliminar los eucaliptus de las diagonales. Digo renovada porque hubo otros intentos, abortados por la resistencia de sectores de neuquinos que no queremos que se eliminen estos árboles que en poco más de una década cumplirán un centenario, desde que fueron implantados, con esfuerzos, alegrías y visión de futuro.
Recuerdo un avance furioso del entonces gobierno municipal, creo que en la década de los 90, cuando luego de un fuerte viento que desgajó a numerosos eucaliptus decidió utilizar la motosierra. Se armó un lindo debate y se convenció a los técnicos municipales de que un “desrrame” o poda y un mantenimiento anual permitiría mantener los arboles sin más riesgos que el que implica cualquier otro que forme parte de un lugar poblado. Se hizo la poda, y ahí están los añosos arboles, más “gordos abajo”, más “petisos”, pero siempre enhiestos, simbolizando la voluntad de nuestros antepasados.
Abel Chaneton, Eduardo Talero y otros personajes políticos en los primeros años de la nueva capital territoriana ensayaron planes de forestación, preocupados no solo por la estética del pueblo, sino también para que sirvieran de barrera para las “corridas” de arenas y yuyos con los vientos permanentes. Usaron variedades forestales, pero solo el tamarisco, un todoterreno, soportaba los embates del viento.
En los años 30 las autoridades municipales eligieron al eucaliptus para “arbolar” las diagonales que nacen o confluyen en la pirámide fundacional o de asentamiento de la capital, para no entrar en polémicas.
Fue una variedad elegida por su tozudez para crecer mientras tenga agua y su resistencia a la acción erosiva de los vientos. Es de crecimiento lento, pero luego de tantos años el porte de los arboles ofreció sombra, pero también riesgos de caída de ramas de gran tamaño.
Y constituyeron un emblema, una insignia, que poco representa para muchos de los que viven en este pueblo y no se explican las razones de estas existencias arbóreas. Y plantean que habiendo tanta variedad de árboles bien se podrían haber elegido otras opciones o elegirlas hoy. Lo que es cierto. De hecho, en Neuquén fueron reemplazados los tozudos olmos o acacias, por variedad más bonitas, de crecimiento rápido y no agresivas para veredas o cañerías subterráneas.
Pero los eucaliptus representan mucho más que una manifestación estética. Representa el espíritu altivo, combativo, tozudo, de un pueblo que supo sobreponerse a todas las contrariedades. Y eso es lo que pretendo que se preserve, el árbol y el espíritu que se proyecta desde un pasado casi centenario.
Señores gobernantes: antes de poner en marcha la motosierra para un proyecto urbanístico que supuestamente representa una mejora, piensen en lo que estarán arrasando. Seguro aparecerán alternativas.
Ricardo Villar,
DNI 8.377.070
Neuquén
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