Aramburu: a 50 años del crimen que dio origen a Montoneros
En una entrevista con Río Negro, la periodista y politóloga María O’Donnell repasa los aspectos más destacados de “Aramburu”, su flamante libro, que toma el “aramburazo” como punto de partida para pensar y entender la génesis de la agrupación guerrillera.
-General -dijo Fernando-, vamos a proceder.
-Proceda -dijo Aramburu.
Fernando disparó la pistola 9 milímetros al pecho. Después hubo dos tiros de gracia, con la misma arma y uno con una 45. Fernando lo tapó con una manta. Nadie se animó a destaparlo mientras cavábamos el pozo en que íbamos a enterrarlo.
La última palabra pronunciada por Pedro Eugenio Aramburu, segundo presidente de la autodenominada Revolución Libertadora que derrocó a Juan Perón en 1955; el anuncio de Fernando Abal Medina, jefe de la agrupación Montoneros, de que lo iban a matar, tras ser condenado a muerte por ellos mismos juicio revolucionario mediante; así como todos los sucesos, diálogos y protagonistas de la estancia La Celma en la localidad de Timote, pleno campo bonaerense, remiten, desde hace 46 años, a un único relato congelado en el tiempo desde entonces por obra y gracia de su autor: Mario Firmenich.
Todo lo que se sabe de lo sucedido durante las horas que transcurrieron entre el 29 de mayo, día en que los miembros de la por entonces una ignota organización revolucionaria peronista, le anuncian a Aramburu que será enjuiciado y la mañana del 1 de junio, momento en el que Fernando Abal Medina procedió a ejecutarlo, se sabe solo a partir de lo narrado por el propio Firmenich en 1974 a la revista La Causa Peronista que ese día, 3 de septiembre, tituló en su portada “Mario Firmenich y Norma Arrostito cuentan cómo murió Aramburu”.
El aporte de Arrostito -asesinada en la ESMA, en enero de 1978- no tuvo el peso del de Firmenich porque, si bien fue parte del Operativo Pindapoy, tal como bautizaron a lo que rápidamente pasó a ser el Aramburazo, ella no estuvo en La Celma.
Desde entonces, el relato de Firmenich viajó inalterado en el tiempo. Sin embargo, “viajó muy mal”, sostiene la periodista y politóloga María O’Donnell, autora de “Aramburu”, recientemente editado por Planeta.
Los fundadores de Montoneros recibieron instrucción guerrillera en Cuba, a fines de 1967. Sin embargo, a su regreso a la Argentina, en 1968, optaron por la guerrilla urbana en vez del foco rural aprendido en la isla.
O’Donnell se sumerge en el operativo que secuestró y mató a Pedro Eugenio Aramburu para entender el origen de Montoneros. Para ello, retrocede en el tiempo unos cuantos años para repasar el período de formación de la agrupación guerrillera: cómo estos muy jóvenes católicos y educados en los mejores colegios de su tiempo logran, de la noche a la mañana, perpetrar un magnicidio perfecto, convertirse en la principal referencia de la resistencia peronista y confundir a todos los protagonistas de su época. Sin embargo, una serie de torpezas hasta hoy inexplicable lo arruinaron todo hasta el punto de poner a Montoneros al borde de su desaparición. Todo en un puñado de meses.
Entrevistada por Río Negro, O’Donnell explicó por qué sostiene que el relato de Firmenich viajó mal en el tiempo: “Del secuestro y crimen de Aramburu hay un único testigo que conozcamos y es Firmenich. Pero, si uno revisa su relato queda claro que omite, por caso, la presencia de alguien más que también estuvo en La Celma (casona de una vieja estancia de la provincia de Buenos Aires donde estuvo Aramburu). El problema es que de todo aquello no quedaron grabaciones y toda la evidencia que pudo existir se perdió. Las personas identificadas que estaban con él (Firmenich) murieron muy tempranamente. Y un poco pasa a ser el organizador del relato de ese hecho fundacional de Montoneros”.
Si bien del operativo participaron alrededor de nueve miembros de la agrupación, en La Celma solo son ubicados Abal Medina, Gustavo Ramus y Firmenich. Si se repasa en detalle todo lo que se sabe, aparecen huecos nunca aclarados.
Para O’Donnell, Firmenich surge, luego de una serie de desaciertos en las semanas posteriores al Aramburazo que acabaron con las muertes de los líderes Emilio Maza, Ramus y el propio Abal Medina, como heredero de éste último, quien es, según su propio relato, el que ejecuta a Aramburu, y se vuelve la figura central de la organización muy tempranamente y hasta su disolución, en 1990. “Desde entonces -remarca la periodista- el único jefe que tiene Montoneros es Firmenich. Y Firmenich ha decidido algo bastante particular y es que no está dispuesto a revisar ni siquiera su propio relato, que data de 1974 y que dejó congelado en el tiempo. Pero una cosa que descubrí con este libro es que se trata de un relato que viaja muy mal en el tiempo. Evidentemente, tiene ese relato muchas cosas por aclarar. Esto habla mucho de él, de cómo decidió ser el único dueño de ese relato. Es un poder muy grande el que se guarda para sí mismo”.
O’Donnell sostiene en su libro que el crimen de Aramburu, si bien es un episodio conocido, a la vez mantiene demasiados puntos oscuros. Demasiados por qué. Y para buscar respuestas fue al principio de las cosas: los orígenes, sociales e ideológicos, de los fundadores de Montoneros.
“Fue un grupo católico en sus orígenes, porque cuando crece toma otras características, muy urbano de clases medias educadas que se radicaliza con un proceso de la Iglesia, luego del Concilio Vaticano II entre el 63 y el 65”, le dice la autora a Río Negro. “Los dos años previos a la emergencia de Montoneros son muy interesantes. Que se den a conocer de una forma tan espectacular como lo hicieron, a través del secuestro y asesinato de Aramburu, tiene que ver con esos dos años, 68 y 69, en los cuales sostienen la simulación de que siguen manteniendo sus vidas de jóvenes de clase media que estudian en la UBA pero que en realidad están preparando una célula guerrillera muy particular en su concepción ideológica. En sus primeros comunicados hablan de Perón y de Dios, lo cual generó mucha confusión en su momento sobre cuál era la orientación que tenían”.
Así, hasta que cometen el secuestro y el crimen de Aramburu que, para O’Donnell, “les dará una orientación bien peronista, al ejecutar a quien había sido el autor de la proscripción del peronismo”. Porque, si bien esa era la idea, no era la única: también se trataba de cuerpos. Principalmente el de Evita, que había sido robado en noviembre de 1955, durante la presidencia de Aramburu. El plan de Montoneros era que devolverían el cuerpo de Aramburu cuando haya sido devuelto el de Eva, algo que sucedió recién en noviembre de 1975. Claro que en el medio pasaron cosas.
Envalentonados por el impacto que había tenido el Aramburazo, Montoneros fue por más. El primero de julio, exactamente un mes después de los sucesos de La Celma, la agrupación decidió tomar el pueblo de La Calera, en la afueras de Córdoba, emulando a los Tupamaros, la guerrilla urbana uruguaya que había sido su más profunda inspiración. Pero, al igual que a los Tupamaros, las cosas les salieron mal. Tan mal que incluso arruinó aquel golpe perfecto que había sido el Aramburazo.
Para María O’Donnell, el secuestro y posterior asesinato de Pedro Eugenio Aramburu fue, antes que otra cosa, un acto de suma osadía de parte de un grupo de jóvenes guerrilleros sin experiencia en acciones de ese tipo.
¿Por qué tomar un pueblo? No había un motivo estratégico aparente porque no se trataba de robar dinero para financiarse, ni tampoco robar armas. Solo se trataba de redoblar la apuesta propagandística. El copamiento devino en persecuciones, tiroteos con la policía, muertes, detenciones y confesiones bajo tortura. Fue así que las fuerzas de seguridad pudieron ponerle nombre, apellido y sobre todo rostro a los involucrados en el crimen de Aramburu, pero sobre todo dar con su cuerpo. ¿Habrían dado con el cadáver del expresidente de facto de otro modo?
Montoneros no tenía ninguna necesidad de realizar esta acción, sostiene O’Donnell. “Una organización guerrillera que hablaba de Perón y Dios, ¿quiénes son? Había una izquierda en Latinoamérica, había un clima de época, pero ellos le hablaban a Dios y se dirigían al arzobispo. Si hacíamos algo copiado de los Tupamaros -supone O’Donnell que imaginaban aquellos Montoneros- se iban a dar cuenta de que éramos de izquierda”. Entonces fue que tomaron un riesgo innecesario que les salió demasiado caro.
Una de las consecuencias de La Calera fue la muerte de Emilio Maza, uno de los fundadores de Montoneros. Maza había liderado la célula cordobesa de la agrupación, junto con su íntimo amigo Ignacio Vélez Carreras. Ambas células, la cordobesa y la porteña -con Fernando Abal Medina, Mario Firmenich, Gustavo Ramus y Norma Arrostito como sus líderes- actuaban en espejo hasta que decidieron unirse para cometer acciones conjuntas como robos a destacamentos para conseguir armas y bancos para juntar dinero. Para 1970 sentían que ya estaban listos para algo más grande.
“Con Aramburu tuvieron una enorme osadía”, afirma O’Donnell, sobre la primera acción que los puso en boca de todos. “Darse a conocer como organización guerrillera con un magnicidio. Un efecto de propaganda muy eficaz, que de la noche a la mañana los convirtió en protagonistas principales de la resistencia peronista, sin haber tenido ningún rol en los 15 años que llevaba aquella resistencia”.
O’Donnell destaca que los miembros de Montoneros venían de una preparación muy interesante en Cuba, que databa de 1967. Pero también reconoce que, para mediados de 1970, cuando planificaron y cometieron con tanto éxito el secuestro de Aramburu llevándoselo de su propio departamento sin ningún tipo de violencia, aún se trataba de una preparación bastante limitada. “Aramburu les sale perfecto, algo que les sorprende incluso a ellos mismos, que esperaban al menos un tiroteo. Yo ahí le creo a Firmenich: el factor sorpresa jugó muy a favor”, marca O’Donnell. “Aramburu venía como conspirando contra Onganía, no tenía gente de seguridad, vio llegar hombres del Ejército y se dejó llevar sin dar señales de que se lo están llevando contra su voluntad. Y al factor sorpresa se suma lo que llamo ‘efecto cola de paja’. Eso no los exime de otra pregunta y es por qué Aramburu no tenía custodia. Una pregunta interesante porque es un expresidente que no tenía nada de custodia. De aquí surgen las sospechas de la familia y del entorno de Aramburu de que hubo cierta complicidad entre los secuestradores y el gobierno o parte del gobierno de Onganía”.
Fueron ingeniosos, sí; hicieron un trabajo de inteligencia alrededor de la vida de Aramburu, también; pero hubo algo más que luego dirá Firmenich: “Como nos dimos cuenta de que no tenía custodia, hicimos como que se la ofrecíamos”. “Fue una manera ingeniosa de acceder al departamento de Aramburu”, reconoce la autora. Después tuvieron suerte de que Aramburu no reaccionara y se dejara llevar por este grupo de jóvenes.
Un grupo de jóvenes que “no encajaba”, como le dirá Firmenich a O’Donnell, en la única vez que la recibió en Barcelona donde vive hace más de 20 años.
No encajaba entre los aprendices de combatientes revolucionarios que se entrenaba en Cuba en 1967, no encajaba en lo que se esperaba de un grupo guerrillero de entonces. No eran marxistas, ni comunistas, ni maoístas ni ninguna de las múltiples formas de ser de izquierda a fines de los 60. Ellos eran peronistas y católicos. Muy católicos en algunos casos.
El cóctel ideológico que comenzaba a ser Montoneros despistaba a todos al punto en que se descreía que fueran ellos los ejecutores del plan que mató a Aramburu. Las sospechas cruzadas entre el gobierno de Onganía y el entorno de Aramburu alimentaba suspicacias que le quitaban crédito a Montoneros.
De hecho, por mucho tiempo, por no decir hasta la actualidad, siguen vigentes versiones que sostienen que Montoneros actuó infiltrado por el gobierno de Onganía. Sobre esto, y sobre que el propio Firmenich era un infiltrado de los servicios de inteligencia, O’Donnell sostiene que no existe prueba ni evidencia que lo confirme.
Por último, O’Donnell sostuvo que Firmenich, quien parece no estar dispuesto a decirle más nada a nadie, tiene la fantasía de escribir sus memorias.
“Como él es el único sobreviviente del grupo fundador de Montoneros y cómo rápidamente pasó a ser su jefe máximo por más de 20 años es evidentemente que guarda secretos fenomenales”.
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