El grito incendiario de Las Manos de Filippi
Quinientas personas llenaron el Centro Cultural de Viedma para ser parte de un recital enérgico y provocativo
VIEDMA.- Con la pasteurización del rock, el género se ha convertido en una bolsa de consorcio donde entra todo; siempre hay lugar para uno más, para el nuevo último orejón del tarro, para una música más que hay que vender.
Por cierto que queda siempre un estrato en rebeldía, que aporta sangre, sudor y lágrimas, y conmueve las estanterías; hay quienes lo hacen desde la estética, apelando a la innovación y la belleza, y hay quienes sacan desde las tripas un grito visceral que escupe en la cara y sin miramientos las porquerías cotidianas. Y, aunque a veces no se miren con mucho cariño, las dos puntas son imprescindibles y funcionan como pulmotor de ese revuelto gramajo, contradictorio y apasionante, que han dado en llamar rock.
No queda duda de que Las Manos de Filippi es parte de los anticuerpos necesarios de género; una banda que abraza el ideal piquetero, que denosta por igual al imperialista Bush y a la pseudo izquierda nacional, y que ha escrito las páginas más virulentas y provocativas de la historia musical de estas tierras. Sobre el escenario Las Manos es una máquina poderosa que derrocha energía, un boxeador incansable que lanza golpe tras golpe, con una escena muy peculiar que se basa en la grácil figura del cantante Hernán Cabra, en los guerreros vientos de Charly y Pecho, la voz inimitable de Mosky y la base imparable de Fede y Juan Gisower.
El Centro Cultural de Viedma colmó sus quinientas butacas, y un público heterogéneo hizo suyos los pasillos y se agolpó en un pogo continuo sobre la base del escenario.
Cuarenta grados en la sala y muchísimos más sobre las tablas. Las Manos y la gente ardieron, literalmente. El Cabra vestido como un atildado cantante de varieté, contrastando con sus compañeros- se lanzó sobre el público una y otra vez, saltó y jugó con bailes delicados, la banda lo secundó y el público enloqueció a sus pies. A nadie pareció importarle demasiado que el sonido fuera un real espanto y que no se entendiera una sola pa
labra.
Mezclados los seguidores que vivían de cerca la realidad que se cantaba desde el escenario, con los universitarios más acomodados, integrantes de la clase que el grupo putea una y otra vez, todos vivieron un recital incendiario que tuvo rock, hardcore ultra potente, ska y alguna cumbia, pero ante todo, actitud y la necesidad catártica de elevar la voz tan fuerte como fuera necesario para hacer oír las miserias que suceden cada día.
Ignacio Artola
Nota asociada: Apuntes del MAU
Nota asociada: Apuntes del MAU
VIEDMA.- Con la pasteurización del rock, el género se ha convertido en una bolsa de consorcio donde entra todo; siempre hay lugar para uno más, para el nuevo último orejón del tarro, para una música más que hay que vender.
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