Danzar con el virus
En los próximos días la mayoría de los países, incluyendo la Argentina, encaran la última etapa de cuarentena estricta y comienzan un gradual desconfinamiento que permita reactivar las economías, mejorar la inmunidad colectiva y dar un respiro a poblaciones estresadas y extenuadas por las medidas tomadas en pos de preservar la salud.
Como todo en esta pandemia, las realidades son dispares. Australia y Nueva Zelanda, con muy pocos casos y muertes, comenzarán en breve las flexibilizaciones. Pero Singapur, Corea del Sur y Japón redoblaron el control ante un repunte de contagios. EE. UU., Europa y América Latina reactivan por sector. Argentina extendió la cuarentena pero hace planes en el mismo sentido.
Los expertos creen hoy que la humanidad deberá convivir con el virus al menos hasta el 2022, alternando períodos de confinamiento y apertura.
En esta etapa, los países estudian cómo se convivirá con el virus. La cuarentena fue un remedio medieval, no para extinguir la pandemia, sino para ganar tiempo y evitar el colapso de sistemas de salud. Pero la economía capitalista hiperconectada necesita de la producción y consumo masivos y una circulación de bienes y servicios. De otro modo colapsa, dejando a millones en la quiebra o la pobreza y a los Estados desfinanciados para atender a sus poblaciones en emergencia.
Aunque el confinamiento salvó miles de vidas, también produjo recesión económica, agravó situaciones sociales y problemas de salud, distintos a los de la covid-19, sin atender. Limitó la circulación del virus, pero impide alcanzar la inmunidad colectiva, solo posible con una vacuna o un alto porcentaje de población infectada y recuperada. Podría volver a arreciar.
Los expertos creen hoy que la humanidad deberá convivir con el virus al menos hasta el 2022, alternando períodos de confinamiento y apertura. El canciller austríaco Sebastián Kurz acuñó el término “neue normalität” (nueva normalidad) al cerrar un mes de cuarentena. La frase implica que nuestras vidas no serán las de antes de la pandemia. Un epidemiólogo usó una metáfora más artística: “Pasamos del martillo (que aplanó la curva) a la danza con el virus: habrá avances, retrocesos y deberemos adaptarnos a su ritmo”, resumió.
Se quedan hábitos como lavarse las manos y desinfectar y airear ambientes, usar máscaras o barbijos, mantener distancias sociales mayores a dos metros y evitar fiestas, eventos, clases o ambientes laborales donde haya contactos cercanos, sobre todo en ambientes cerrados.
Los gobiernos intentan resolver la cuadratura del círculo: mediante tests masivos, agresivos rastreos de contactos y confinamientos selectivos, tratar “lo antes posible, pero no demasiado rápido” de alcanzar la inmunidad de rebaño, permitiendo que el virus circule entre menores de 50, pero sin arriesgar a los más vulnerables. Y buscar la vacuna.
A esta etapa, Argentina llega en buenas condiciones sanitarias. La temprana cuarentena definida por el gobierno permitió suavizar la curva de contagios. Hay provincias, ciudades y pueblos sin casos positivos ni sospechosos. La gran incógnita es la zona metropolitana de Buenos Aires (AMBA) y ciudades como Rosario, Córdoba y otras, como en Río Negro, que concentran los casos y tienen circulación comunitaria. El acertado liderazgo del presidente en esta crisis se pondrá a prueba cuando la pandemia llegue a su pico en junio, justo cuando la economía demandará aflojar restricciones. Como señaló The Economist, la recesión preexistente al covid-19 hace que para nuestro país el balance entre salud pública y crecimiento económico sea aún más doloroso que en países más ricos, con Estados eficientes y mejor financiados.
Convivir con el virus será complejo y riesgoso, requiere el aporte de ideas y soluciones sensatas de todos los sectores. Quizás la hora demande políticas sanitarias más interdisciplinarias, con profesionales de ingeniería, informática, economía y otras ciencias que enriquezcan el diseño de las decisiones públicas. Y un debate que fluya gracias al diálogo y al funcionamiento de todas las instituciones de la República, como el Congreso, donde la clase política debería abandonar miserias y egoísmos para alcanzar los consensos básicos que requiere esta hora compleja.
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