También hay que permitirse el “hacer nada”

El mandato de “aprovechar la cuarentena” se instaló en el discurso desde el momento mismo en que se declaró el aislamiento. La filósofa Diana Sperling explica por qué puede ser sano tomarse una licencia.

Desde el día que se declaró el aislamiento social, preventivo y obligatorio, un mandato se instaló a nivel casi global sin que supiéramos muy bien por qué: “hay que aprovechar la cuarentena”. Casi como si fuera una obligación, se estableció -al menos en una gran parte del discurso masivo- la necesidad de hacer cosas útiles con el tiempo en el que estamos en casa.


La filósofa Diana Sperling dio, quizás, una de las definiciones más interesantes al respecto: es casi como una alternativa a la “lógica del consumo” adaptada a los tiempos que corren. “Se nos insta permanentemente a aprovechar la cuarentena, a hacer cosas útiles, divertidas, instructivas. Cataratas de propuestas culturales, lúdicas, artesanales y de aprendizaje de todo tipo inundan las redes”, relata Diana, haciendo referencia al constante impulso de “tenés que hacer esto”.

Según Sperling, ese ritmo pareciera responder a un concepto que se instala desde ese mismo discurso, “un miedo concreto: si no hacemos nada, si simplemente dejamos pasar el tiempo nos sumiremos en la depresión, engordaremos sin remedio y nuestro cerebro se llenará de tanta grasa como nuestro abdomen”.

Pero, ¿es realmente necesario estar todo el tiempo activo? ¿Siempre hay “algo qué hacer”? Vamos por partes. La filósofa afirma que si bien hay “algo de cierto” en eso, también es un engaño.

Por un lado, “en situaciones de encierro obligado (cárceles, campos de concentración, sitios) es imprescindible sostener ciertas actividades y rutinas para mantenernos humanos, es decir, pensantes y creativos, y no dejarnos reducir a nuestras necesidades más básicas, un estado que nos acercaría a la animalidad”, afirma Sperling. Pero, por el otro, la escritora establece que dicha compulsión es “en cierto modo, otra vía hacia lo mismo de lo que deseamos huir”.

Vale experimentar sentimientos incómodos y desagradables sin llenarnos de contenidos que funcionen de tapón”

afirmó la filósofa Diana Sperling, contra el mandato de “aprovechar” el tiempo.


“Esa lógica compulsiva es la que domina en la sociedad del hiperconsumo, y tal imperativo también tiene un aspecto primitivo e inhumano. Comprar, tener, consumir, renovar sin freno: no muy distinto a hacer, adquirir (conocimiento, habilidades, información), realizar. Es decir, llenar el tiempo para evitar que nos invada el desasosiego”, agrega.

En este contexto, pensar en una pausa parece sonar contraproducente. Pero Sperling apunta algo interesante: “¿No son acaso el desasosiego, el temor, la incertidumbre, las preguntas sin respuesta y la angustia reacciones lógicas ante lo que ocurre?”.

Con ello en mente, la filósofa asegura que “toda carrera comprende un instante congelado”, y que debería ser válido “permitirse transitar por esas sensaciones, darles un lugar en nuestro ánimo, experimentar sentimientos incómodos y desagradables sin llenarnos de contenidos que funcionen de tapón. Tal vez debamos darle tiempo al tiempo y soportar no hacer nada”.

Comprar, consumir, renovar no es muy distinto a adquirir, hacer, realizar. Es llenar el tiempo para evitar que nos invada el desasosiego”

añadió Sperling en relación a esa necesidad imperiosa de hacer algo.


Hay que entender que el no hacer nada no debe ser considerado un problema. Desde su lugar de filósofa, Sperling afirmó que aspira a “permitirnos pensar, soportar la ausencia de certezas y tolerar el tiempo que todo proceso lleva hasta que pueda mostrar algunos de sus hilos. La trama todavía se está tejiendo y será muy a posteriori que podremos entrever la figura del tapiz”.


Desde el día que se declaró el aislamiento social, preventivo y obligatorio, un mandato se instaló a nivel casi global sin que supiéramos muy bien por qué: “hay que aprovechar la cuarentena”. Casi como si fuera una obligación, se estableció -al menos en una gran parte del discurso masivo- la necesidad de hacer cosas útiles con el tiempo en el que estamos en casa.

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