Cuánta Graciela
La periodista Mónica Reynoso despide a Graciela Alonso, una de las referentes feministas más importantes de la región.
*Mónica Reynoso, periodista
En el grupo de whatsapp donde las compañeras y amigas de Graciela venían compartiendo noticias sobre su salud, el 10 de febrero alguien publicó una foto intervenida por un diálogo: están Graciela y Ruth charlando –complotando, diría mejor- en la calle; parece una de las tantas manifestaciones feministas que convocaron. Se miran una a la otra profundamente a los ojos, como ellas saben mirarse. El diálogo insertado con ingenio entre las dos es éste:
-Graciela: ¿Qué vamos a hacer esta noche, Cerebro?
-Ruth: Lo mismo que todas las noches, Pinky, tratar de tirar al patriarcado.
¿Qué hará Pinky sin Cerebro ahora? Lo mismo que venían haciendo juntas, acaso más, duplicando sus horas para sustituir la creatividad subversiva de la compañera ausente. Pidiéndole más a su tiempo inagotable, a esa voluntad oceánica que se derrama sin preguntas ni concesiones, a esa maravillosa locura que la hace andar con el inconsciente en la mano, como dice Graciela.
¿Existe el azar? Cuando su cuerpecito exhausto anidó en cama propia, cuando al fin volvió a su casa y a sus cosas, Graciela tenuemente dijo adiós. Fue el mismo domingo tórrido cuando supimos de una nueva oportunidad institucional para terminar con el aborto clandestino. El 8 de marzo de 2001 fue la primera marcha de La Revuelta como organización feminista. Eran tres mujeres (Valeria Flores la tercera) aferradas a una pancarta hecha a mano con aerosol donde se leía: anticonceptivos para no abortar. Aborto legal para no morir.
“Si Ruth es la que lleva a las reuniones grupales el prolijo cuaderno con las tareas para organizar y es la voz cantante y sonante que dice y hace, Graciela es la que permanece más callada pero cuando habla es porque ha entrevisto las grietas del poder donde hay que inmiscuirse y actuar. Se encontraron en el lugar que ambas veneran: el del conocimiento. Pero en otro lugar hubiera sido igual, porque era necesario que se encontraran. Simplemente, porque tenía que suceder”, escribí en el libro por los diez años de La Revuelta. Ellas me dieron el regalo precioso de colarme en la intimidad de los días y la obra más tiernos y más feroces que pueden crear las mujeres cuando se juntan y fundan territorios donde guarecerse de las violencias y abrazarse sin miedo.
Cuánta Graciela hemos tomado para llegar hasta aquí borrachas de ella, radiantes de ella, sabias de ella. Cuántas Gracielas nos anduvieron estos años por acá y por allá, dándonos, dándose. Habitadas de Graciela, pobladas de Graciela, preñadas de ella, la pariremos tantas veces que no nos bastará esta vida ni mil vidas ni este universo inexplicable y atroz donde sin embargo un día Graciela taconeó nuestra misma vereda y su paso leve y hondo y tenaz hizo anchas y claras las desvanecidas sendas para que podamos caber y andarlas todes. Ella llenó de iluminaciones las copas rojas de la libertad, la justicia, la belleza, el saber, la música, la alegría, la otredad y hoy, arropada de nosotras, sus deudoras, las tantas, las muchas, las raras, las locas, las viudas de ella, se derramó como un vino inesperado, puso lejos la mirada y, bueno, se marchó.
Mirá, Graciela querida, lo que pusimos juntas en el libro: “Nada nos han regalado y nada les debemos. Ya que hemos llegado a divisar primero, y a pisar después, la piel de la libertad, no nos vamos” (Amelia Valcárcel).
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