La historia del amor y el naufragio que le dieron forma a El Cóndor

El 26 de diciembre de 1881 en las costas de Viedma, encalló un buque dinamarqués llamado “El Cóndor”. Uno de los marinos se enamoró de la hija de una familia que los ayudó y se quedó en esas tierras para formar una familia y ver nacer una villa.

Al borde de una tupida vegetación y entre médanos, El Cóndor es por excelencia un atractivo sitio turístico de la costa atlántica rionegrina. Muchos se acercan a sus amplias playas, quizá desconociendo que el acto fundacional fue producto de un naufragio, un caso fortuito y un amor que data del siglo XIX.


El 26 de diciembre de 1881 encalló un buque dinamarqués llamado “El Cóndor”. El capitán John Haveman había sido contratado por entonces para transportar desde el puerto alemán de Hamburgo, un cargamento de champagne de Reims, Francia, hacia la costa oeste de Estados Unidos. Debía atravesar el peligroso Cabo de Hornos.

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Viedma – 30-01-2020 Nidia Lopez Kruuse rescata la historia de la familia llegada a la region desde dinamarca. Construccion de la casa de Don Pedro Kruuse en el condor( año 1905) foto :Marcelo Ochoa


Pasada la Navidad de ese año, y a la altura del estuario del río Negro, un temporal lo empujó a la costa. Portando el estandarte de origen, y ante el desgaste de tantas millas recorridas, encalló en una cadena de peñascos.

El agujero en el casco se tornó insalvable. La docena de tripulantes tuvo que nadar hacia la línea de marea. Luego se supo que sólo uno falleció. En la actualidad, el lugar al que llegaron es un punto preciso donde está emplazada la villa, y que cuenta con una población estable de un millar de residentes fuera de la temporada veraniega.


El carpintero a bordo era Peter Hansen Kruuse (Pedro). Un joven de unos 22 años cuyo destino inicial era reunirse en San Francisco con parte de su familia.


Una vez superado el trance de ganar la costa, Haveman, Krusse y el resto de la tripulación se prepararon en la mañana de ese día para saciar la sed a sabiendas de que a escasos cinco kilómetros estaba la boca del río Negro.
Había cierto temor. Las leyendas ilustraban acerca de que en la Patagonia vivían indios antropófagos. Con sigilo, y para explorar el desconocido estuario treparon a un alto médano. La sorpresa fue mayúscula: lejos de existir indígenas salvajes, detectaron a menos de un kilómetro una casa con humeante chimenea, y en forma contigua un mástil donde flameaba la bandera de su país.

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En medio de la algarabía por el hallazgo de sus orígenes, el grupo se acercó a la casa, que era el casco de una estancia. Allí, fueron recibidos por un danés llamado Pedro Martensen y su familia. Se habían radicado para administrar los campos ovinos que por entonces eran propiedad de la familia Iribarne.


Luego de acogerlos en su casa, les comentó que en el momento de la tragedia divisó desde los médanos por los que cabalgaba supervisando la hacienda, el mástil del buque con el estandarte de su país. Por lo tanto, trató de contribuir con lo mejor de sí para ayudar en una mala situación izando el pabellón nórdico.


El capataz ofreció sus buenos oficios para que la tripulación retornara a Dinamarca. En esos primeros días en que la estancia cobró más vida por los náufragos, el buque se fue desmantelando de a poco. Martensen le abrió paso con las entonces autoridades territoriales para que poco tiempo después volvieran a su lugar de origen.


Con la rapidez de un mar enfurecido, Kruuse de apenas 22 años cambió el puesto de observación en el buque. En tierra, giró la vista hacia María, de 14 años, una de las hijas del capataz.

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No le sacaba los ojos de encima a la joven, quien en esos momentos ayudó a la familia a atender a los apesadumbrados visitantes.
Pedro tomó coraje para decirle lo que le pasaba pero se encontró con una pared cuando María lo calmó diciendo que primero debería procurar una vivienda, y asegurar el sustento necesario para sus futuros hijos.


El hombre que vino del mar tuvo que aprender a construír casas y en 1882 levantó la primera vivienda en los medanales de la villa. Hoy, es un lugar céntrico e histórico y sigue siendo de los descendientes.
El 23 de agosto de 1885, el pastor inglés George Humble celebró la ceremonia de casamiento. Evidentemente en este caso, la magia del amor existe y cuando la chispa explota se producen encuentros que perduran en el tiempo. Pedro nunca más volvió a su país.

Producto de un amor


Nydia López Kruuse, es una de las que mantiene encendida la llama de la familia. Es hija de Elizabeth Kruuse-Martensen -una de las primeras hijas del matrimonio de Pedro y María- y de Cesáreo López, inspector de la Asistencia Pública de Salud e impulsor de la primera Escuela Normal de la Patagonia.

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Viedma – 30-01-2020 Nidia Lopez Kruuse rescata la historia de la familia llegada a la region desde dinamarca. foto :Marcelo Ochoa

“Somos producto de un amor (que vino del mar), y está siempre presente en el recuerdo la historia de mis abuelos”,

Nydia López Kruuse


Nydia López Kruuse tuvo 10 hermanos más. Ella tomó lo que le contaban sus padres, el libro de navegación y escribió un pequeño relato en 1992 titulado “Norte al norte, sur al sur, siempre los mares”, en homenaje a su abuelo Pedro. Alega que vivió de cara al océano tanto en Dinamarca como en Argentina. También su hermano Alberto y un sobrino se ocuparon de bucear en la historia de su sangre.


Destaca que las nuevas generaciones de la familia siguen participando del acto de arrojar flores al mar, y que algunos la siguen de cerca. Pone como ejemplo, que los chicos de la familia describieron lo sucedido en el ámbito escolar, y “los maestros creyeron que era un invento”. A su entender, “para nosotros, el mar nos regaló un abuelo”.


También recuerda que Pedro ayudó mucho a las familias en la inundación de julio de 1899, evacuándolas hacia Patagones donde permanecieron por varios días en casa los amigos Becker.

“La casa de mis abuelos (en la calle Buenos Aires) fue una de las pocas que resistió a la inundación”, apunta.
Según su madre Elizabeth, una vez formada la familia Kruuse-Martensen “mi abuela era muy activa desde el punto de vista social, y fue fundadora de la Sociedad de la Madre en Viedma, destinada a proteger a las madres solteras, y en esa época “eso era transgresor”. También desarrollaba actividades sociales en la cárcel de mujeres.

Y así nació una villa


El naufragio dio lugar para que las autoridades marítimas decidieran levantar en la barranca Sur el Faro Río Negro. Fue inaugurado el 25 de mayo de 1887 con el propósito de alertar a los navegantes sobre la presencia peligrosa de una restinga costera.
El reconocimiento pleno agregó un segundo hito fundacional. Durante diciembre de 1948, el gobernador territorial de Río Negro Miguel Montenegro alentó en ese sector marítimo la creación de un balneario, dentro de la estancia que había pasado a manos de la familia Harriet.

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Viedma – 30-01-2020 Nidia Lopez Kruuse rescata la historia de la familia llegada a la region desde dinamarca. casillas en el balneario El Condor en la decada de 1940 foto :Marcelo Ochoa


Las autoridades, como moneda de cambio, cumplieron un deseo de los entonces propietarios del establecimiento, quienes pidieron identificar al balneario con el nombre del primer buque encallado.
La estancia fue adquirida posteriormente por Rubén Pérez manteniendo el nombre y convirtiéndose en la década del ‘60 de impulsor inmobiliario de la villa quien cedió terrenos, en donación, a gran cantidad de instituciones de Viedma.


Una fecha que conmemora el amoy y no la guerra

El gobierno de la ciudad impuso como Día del Origen del Balneario El Cóndor al 26 de diciembre tras haber sido sancionada la correspondiente ordenanza por parte del Concejo Deliberante y en conmemoración a la fecha en que naufragó el buque en el que llegó Pedro.


El propósito es poner en valor un rasgo de la historia regional considerando –paralelamente- que no existe una fecha de fundación que formalmente así lo indique desde que el gobernador Montenegro dispuso que el balneario tome el nombre del barco porque fue clave en la construcción de la identidad de los vecinos y vecinas condoreños y viedmenses.


En la primera celebración, estuvo el intendente Pedro Pesatti juntó a los descendientes que expusieron algunos objetos recuperados del interior del barco.
Durante el recordatorio, Alberto y Nydia López Kruuse, agradecieron la iniciativa del recordatorio y contaron anécdotas de la familia que nació y se crió en el balneario distante 30 kilómetros de la capital.
A su turno, el intendente Pedro Pesatti agradeció a la familia y vecinos que se hicieron presentes y remarcó un aspecto no menor.
“Esta fecha fundacional, parte desde la historia misma del naufragio. Puso de manifiesto que en comparación a otras fundaciones, que se hacen a partir de guerras, ocupaciones y conflictos, ésta se inicia desde el amor y eso no es un detalle menor”, celebró el intendente y celebró.


Los tesoros del barco y una ceremonia frente al mar

Familiares del sobreviviente del histórico naufragio repiten anualmente desde hace 30 años una íntima ceremonia de arrojar flores al mar en memoria de aquellos tripulantes.
El sitio elegido para la reunión es frente a “los pozones”, el borde de la restinga donde el motovelero de 400 toneladas tuvo el golpe mortal.
Las flores suelen ser de los colores rojos, blancos y celestes que conforman los tonos de las banderas danesa y argentina, como símbolo de unión de ambos pueblos. Rinden así tributo y homenaje a Pedro, ascendiente de la gran familia que en la actualidad llega al millar y están repartidos por varios puntos del país.


A la última ceremonia junto con la nutrida parentela que vive en Viedma y Patagones acudieron allegados de Zapala y Playa Unión. También hay familiares en Santa Cruz, Buenos Aires, Córdoba, Tucumán, Mendoza y Chile.


En el seno de la familia López Kruuse guardan celosamente los recuerdos de la libreta de navegación y los vestigios. En la antigua vivienda de Tucumán 263 de esta capital, Nydia es fiel depositaria del patrimonio histórico y mantiene intacta la mesa del capitán. En una caja de madera conserva tasas, platillos y una botella del champagne de Reims. En el living, se exhiben los cuadros de su abuela María confeccionados en punto cruz.
Todavía existe el mascarón de proa -de un cóndor con las alas desplegadas- que está depositado en una vivienda de la villa de la familia Pérez.


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