Recuerdos y recetas de una vieja cocina de estancia de Guerrico

En 1920, las intalaciones de la familia Flügel albergaban a los peones que trabajaban en el lugar. Bernardo Martínez, que nació allí, volvió a recuperar sus historias.

A la vera de la Ruta 22, sobre la margen sur y a la altura de Guerrico, hay una construcción deteriorada por los años que albergó a los peones de la histórica estancia alemana de Hans Flügel. Hoy, muchas de sus paredes se mantienen en pie y una empresa frutícola que adquirió esas tierras espera poner el lugar en condiciones para que lo usen los trabajadores rurales.
En 1920, se la conocía como la cocina de los peones solteros. Uno de esos empleados recorrió con “Río Negro” lo que queda del antiguo lugar y emocionado contó las anécdotas que vivió cuando trabajó para los alemanes.


Bernardo “Lalo” Martínez, nació en la estancia Flügel, como sus seis hermanos y en 1968 comenzó a trabajar cuando todavía el lugar estaba en su máximo esplendor. “Flügel tenía 14 mil ovejas madre, 700 carneros, 2000 capones, corderos, borregos y vacas de raza holando-argentino”, recordó Lalo.
En esas 1400 hectáreas, apostaron también por un emprendimiento vitivinícola, y además plantaron maíz, cebada, pasto para vender y para sus animales.


“Mis papás vivían en el casco de la estancia, a 100 metros de la casa de los patrones”, contó el hombre, que ahora vive en Allen.
Hoy, Lalo tiene 64 años y está a cargo de la Escuela Municipal de Folclore. Durante la entrevista, y mientras ceba unos mates, mira las fotos que guarda de la vieja estancia. “Teníamos comida en abundancia. El tambo estaba al lado y tomábamos la leche que queríamos, y la que no queríamos se la dábamos a los chanchos y a los perros”, recuerda.


Para Lalo, los peones que vivían en esa cocina se relacionaban como una familia. “La construcción contaba con habitaciones para unos 40, los casados vivían en casas aparte con sus familias y se les daba una vaca con cría para que puedan ordeñar y darle leche a los hijos”, señaló.
La cocina era un punto de encuentro donde llegaba mucha gente a comer y aún a aquellos que no trabajaban en la estancia e iban de paso se los recibía con un estofado de capón.


“Se comía churrasco con mucho ají y quedaban los paisanos colorados como lombrices. Después, pucheros y estofados”, cuenta y sonríe el allense.
El secreto, dice Lalo, era el condimento: una salsa casera llamada “la color”.

“La preparaba el cocinero. Era grasa con cebolla fritada, pimentón y ají. Eso se batía y cuando la grasa se endurecía quedaba todo mezclado. Vos a tu comida le echabas una cucharada de la color y la revolvías. La salsa picante corría por la mesa”.

Lalo

La mesa era larga y entraban unas 15 personas. Otros se llevaban la comida a su pieza. La peonada venía de muchos lados, era gente capacitada para trabajar en el campo, sabían lo que era capar o esquilar a un animal, o detectar ovejas con sarna. Venían de Los Menucos, Jacobacci, Maquinchao, del norte neuquino y de Chile.

“Para la temporada de la esquila llegaban de otros lugares. Unos acampaban en el galpón; otros debajo de los sauces, y los ojos se me llenaban de ver tanto paisanaje”, contó con rima Lalo que además es un amante de la poesía gauchesca.
Al caminar por la vieja cocina se puede observar el techo que todavía no fue modificado. En algunos sectores faltan chapas y se puede ver el barro mezclado con paja que pusieron los alemanes y funcionaba como aislante del calor y del frío. La mayoría de las aberturas que eran de madera se remplazaron. Solo queda una puerta y una ventana pequeña debajo del tanque de agua que se conservan en su estado original.


El hombre también recordó a un peón llamado Tropa, muy bueno para esquilar. “Él tenía la creencia de que si ataba un hilo sisal a la cintura no se cansaba en su trabajo porque al esquilar se pasa muchas horas agachado”, dice.
Empezó a trabajar en la estancia a los 14.

“Salí de la escuela un viernes; el sábado se hizo la fiesta en el colegio; el domingo descansé y el lunes tenía el caballo ensillado para salir a trabajar”.

Lalo


Su primera tarea fue cuidar ovejas. “Que me designen en la estancia un caballo para mi era una cosa linda. Me fui armado de un lazo, de rebenques, eran mis herramientas”, cuenta.
De aquel tiempo, recuerda que los fines de semana no se hacía mucho. Se había adoptado el sábado ingles de trabajar hasta el medio día. Y los asados que se hacían no tenían una fecha especial, todas las semanas carneaban corderos y capones.


De la memoria trae también que habían dos fogones, uno en el comedor y otro afuera. Siempre se lo alimentaba con troncos grandes y hasta el otro día estaban las brasas. “Bastaba con echarle un poco de leña seca para que agarrara fuego otra vez”. El fuego adentro tenía una chimenea grande y “se veía poco por el humo que había impregnado a las paredes. El mismo hollín y el viento te tiraba el humo para atrás”. Para Lalo era lindo salir ahumado.
Cuando llegaba el momento del ocio lo peones jugaban a la taba o al truco.
Quizás por todos esos momentos vividos allí, Lalo dice que le causa “alegría y emoción” que la empresa frutícola que compró esas tierras restaure la vieja cocina. “Hay cosas que se han perdido con el tiempo y que para muchos no tienen significado pero no se puede tirar el pasado, no se puede borrar así parte de la historia”, sostiene reflexivo. “Cuando restauren ese lugar voy a escribir unos versos”.


Con el correr de los años el allense fue cambiando el rubro y apostó por el folclore. “El malambo fue prendiendo en mí con las obras de radioteatro”, contó.


Con el baile recorrió el país, llegó a Chile y estuvo varios años en Buenos Aires hasta que volvió a Allen hace 25 años.
Cada tanto, cuando le toca viajar por la Ruta 22 en su camioneta ve la vieja cocina y por unos segundos revive en su mente aquellos buenos tiempos.


Los nazis que pasaron por allí

Cada vez que se habla de la estancia Flügel, en la región se escucha el mito de que trabajaron nazis que escaparon tras la derrota del ejercito alemán en la Segunda Guerra Mundial.


“En el ‘50 comenzaron a llegar varios nazis. Otto Adolf Eichmann pasó por la estancia y mi papá le dio herramientas de trabajo”, asegura Lalo.
Eichmann, responsable directo de la solución final, fue secuestrado en Argentina y trasladado a Israel por el Mossad para ser juzgado.
“Durante la Segunda Guerra Flügel recibió telegramas con información de prisioneros y después vi que llegaron muchos alemanes”, recordó el allense.
Lalo cuenta que otro nazi que pasó por la estancia fue Klaus Edelman y que les había confesado que era un ex soldado del ejército alemán. “Una vez estaba comiendo la peonada y Klaus dijo: les voy a enseñar como hacía en la guerra. Trajo su escopeta al comedor, nos hizo poner de pie, la cargó con un cartucho e hizo tirar la peonada al piso”. Los paisanos dejaron el plato de comida y el alemán caminaba entre ellos, recordó Lalo. “Al que se levanta, le pego un tiro en la cabeza”, amenazaba el nazi. Luego los hizo parar y descargó la escopeta. “Nos dijo que sigamos comiendo, pero ninguno pudo tragar un bocado”, contó.


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