El “ecobarrio”, la toma verde de El Bolsón

Son unas treinta familias. Se organizan en asambleas y se ayudan para la construcción de las casas. Tienen huertas y gallineros.

En un rincón de El Bolsón, sobre un terreno en desnivel y a muy pocos metros del barrio Esperanza, un grupo de 30 familias conformó el “Ecobarrio” o “una toma ecológica”, como la llaman los mismos vecinos cuando indican cómo llegar al lugar.

Decenas de casas (muchas a medio terminar) sobresalen a lo largo de un angosto camino de barro, muy poceado, a solo tres kilómetros de la tradicional feria de artesanías de El Bolsón.

Romina Rubin, una de las integrantes de Ecobarrio, vende sahumerios en la feria de artesanías. Foto: Alfredo Leiva

Todas las viviendas tienen algo en común: son construcciones en seco o cuentan con alguna técnica con barro. Algunas tienen hierbas en el techo, huertas para consumo personal y hasta gallinero.

“Niños jugando”, indica un cartel pequeño en el ingreso a Ecobarrio que nació hace ya siete años aunque poco a poco, más familias se fueron sumando al proyecto por la falta de acceso a la tierra. Se trata de la ocupación más reciente de El Bolsón.

Eliana Rubilar se instaló en la toma y creó la huerta que cuida cada día. Foto: Alfredo Leiva

Los lotes iniciales eran extensos -tenían 50 metros por 40-, pero luego, fueron achicándose. “Con la necesidad de construcción que fue aumentando, algunos fueron subdividiendo sus terrenos para compartirles a otras familias”, detallan los pioneros.

Las asambleas rigen el vecindario hasta para decidir el corte de un árbol. “Aquí nadie se maneja arbitrariamente. Tenemos hasta un grupo de whats app para estar comunicados”, coinciden. El próximo desafío es el salón comunitario y la biblioteca.

Cada martes, jueves y sábado, Romina Rubin vende sahumerios en la feria de artesanías. Tiene tres hijos, de 1, 9 y 10 años . Estos ingresos le permiten llegar a fin de mes. “Somos todos laburantes en la toma. Yo levanté mi casa con mis manos, con mi trabajo. Es todo a pulmón”, dice la mujer de 36 años.

En el Ecobarrio de El Bolsón las familias armaron sus huertas orgánicas e invernaderos. Foto: Alfredo Leiva

Para construir su casa, Romina optó por el adobe. Para calefaccionarse emplea una estufa rocket que consume menos leña , y toma agua de las vertientes. La mayoría de las familias tienen baño seco. Romina instaló un biodigestor para tratar el agua cloacal. “Hace el proceso de nuestros desechos y el agua termina saliendo para riego, no de huertas ,pero sí para otras plantas”, detalla.

Los pobladores del Ecobarrio coinciden en que la mayoría de las familias no tenía otra posibilidad de acceder a la tierra. “Todos armaron una construcción basada en la permacultura. En su momento, se presentó un proyecto para armar un barrio con estas condiciones y fue aprobado, así que esto es semilegal”, planteó Rubin.

Reconoció que si bien son tierras fiscales, es complejo construir en ese sector ya que hay muchas vertientes de agua. “Hubo que hacer mejoras. El terreno está muy en vertical y es muy difícil acceder. Se forman como terrazas. Entonces, no eran tierras con mucho valor inmobiliario”, puntualiza la mujer oriunda del norte de Santa Fe.

La mayoría de los pobladores del barrio son artesanos que trabajan en la feria. “Muchos hippies -acotó Romina con una sonrisa-, otros son paisas que vieron la posibilidad de tener su tierrita. Algunos vinieron de otros lugares cerca”.

El verde predomina en el Ecobarrio de El Bolsón, una toma distinta que crece en la comarca andina. Foto: Alfredo Leiva

La casa de Virginia Villa es la última del barrio. Es totalmente de madera y está emplazada sobre pilotes, “muy al estilo Chiloé”. La mujer se asentó en ese predio hace 7 años y se considera “una de las pioneras”. “Levanté la casa con la ayuda de mis padres, de mis hermanas y del papá de mi hijo. En ese momento, éramos muy poquitos; ahora se amplió bastante”, dice.

Cuando abandonó Comodoro Rivadavia para establecerse en El Bolsón, Eliana Rubilar pasó por varios alquileres. Pero a esta pensionada, madre de siete hijos, sus ingresos no le alcanzaban ni para subsistir. “En ese momento, mis hijos eran adolescentes. No podía pagar alquiler, vestirlos, comprar calzado y comer. Uno de mis nietos me averiguó y un muchacho chileno me entregó este terrenito. Él se iba y me cedía la tierra”, relata la mujer sin dejar de trabajar en su huerta.


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