Colonia Rural Nueva Esperanza: Un barrio que sobrevive al costado de Vaca Muerta

Colonia Rural Nueva Esperanza tiene dos décadas de vida, pero agoniza por la falta de infraestructura y la crisis de su principal actividad productiva: la cría de animales.

Quienes visitan Neuquén después de un tiempo suelen resaltar lo mismo: “¡Creció mucho!”, repiten. Se volvió parte de la publicidad estatal y de los discursos oficiales. Pero el crecimiento de Vaca Muerta y lo “linda” que está la ciudad no alcanza para tapar el olvido de algunos sectores como la meseta, el único terreno disponible hacia el que puede extenderse la construcción de viviendas.

Sin embargo, los ojos empiezan a voltearse hacia esa franja de tierra que rodea la Autovía Norte y al único asentamiento estable: el barrio Colonia Rural Nueva Esperanza, que de colonia y de rural poco le queda.

“A mí las empresas me vienen a querer comprar el terreno todo el tiempo”, contó Roxana, una vecina del barrio. La falta de lotes en el lindero Parque Industrial empuja la búsqueda hacia los sectores cercanos.

Pero ella no piensa dejar el lugar al que se mudó hace más de 20 años junto a sus hijos. Ni el viento, el frío y el calor, que sólo encuentran de barrera al basurero ubicado detrás del barrio, la empujan a irse. Tampoco la falta de servicios básicos, que se vio cristalizada en la toma de la Escuela 366, inaugurada hace menos de cuatro meses.

Ese día, el gobierno aprovechó la ocasión para hacer el acto de inicio del ciclo lectivo. El gobernador Omar Gutiérrez se comprometió a “asumir el riesgo y la inversión para traer lo antes posible el agua potable para este barrio, como en su momento trajimos la red de agua para riego”.

Por ahora es la que usan para todas las tareas cotidianas, pero para tomar y bañarse dependen del camión cisterna del municipio que pasa día por medio. Tampoco hay red de gas, la garrafa se reserva para cocinar y calentar las casas de noche, para el resto es leña, o nada. La electricidad, que sí tienen, tampoco es opción por los costos.

Una de las demandas de los vecinos es la falta de agua potable en todo el sector. En 2014 se inauguró el sistema para riego y el sector productivo.

Ese único servicio público del barrio, que fue instalado hace pocos años según aseguran los vecinos, se volvió peligroso por las conexiones clandestinas con cables colgando de las tomas que lo rodean. El último intento de usurpar terrenos ocurrió hace poco más de un mes y los vecinos creen que no será el último.

Las tomas, de viviendas precarias, se confunden con las casas de quienes residen en el barrio desde hace décadas y contrastan con las nuevas “de material”. Los nuevos vecinos empezaron a llegar en el 2012, explicaron los antiguos, como parte de un cambio más profundo.

El otro punto de transformación fueron los crianceros que poco a poco fueron abandonando la actividad. Ahora tienen algunos animales, cerdos sobre todo. “Yo he dejado de criar porque está muy caro el alimento”, explicó Daniel, que vive desde hace 15 años en la colonia. Otros vecinos contaron que se cansaron de que les robaran.

Sin embargo, para fomentar la actividad de forma oficial, después de idas y vueltas, volvió a abrir sus puertas en diciembre del año pasado el matadero municipal, buscando captar a los crianceros desde Centenario a Senillosa.
Está emplazado en lo que podría llamarse el centro institucional del barrio, con la escuela, el centro de salud, la comisión vecinal, el centro de formación docente, la flamante cancha de césped sintético y el esqueleto de uno de los 30 jardines que abandonó Nación.

La mayor parte está en el lote 12, donde el COPADE comenzó a proyectar “el emplazamiento de espacios y oficinas de carácter público”.

En el invierno la leña es clave para calefaccionar los hogares. Foto: Florencia Salto.

También dentro del barrio están los lotes de quienes compran, para revender, el plástico, vidrio y cañerías que los vecinos extraen del Complejo Ambiental de Neuquén (CAN). Esa es la otra actividad económica fuerte del barrio. “Vivir de la basura” le dicen y las bolsas rotas se volvieron parte del paisaje, como la flora de poca altura y las necesidades.

El barrio se caracteriza por tener una población vulnerable y quienes lo habitan buscan distintas respuestas. Roxana y su hija Johana son parte del merendero “La Esperanza” de la Corriente Clasista y Combativa. Daniel construye una de las tantas iglesias evangélicas.

Los caballos, medio de transporte primordial, son casi tantos como los perros. Todo un escenario que parece lejano y a la vez está muy cerca de las nuevas y modernas estaciones de servicio que abrieron al costado de la Autovía Norte, uno de los corredores centrales por los que se mueven los desarrollos de Vaca Muerta.

En números

824
hectáreas tiene de extensión el barrio. Está a la vera de la Autovía Norte que es el soporte vial de la industria petrolera.
7.000
personas viven en el barrio. Son 2.000 familias las que están asentadas en el sector más alejado de la meseta.
El precio del alimento y los cambios en las condiciones para faenar complicaron la actividad. Foto: Mauro Pérez.

A un año de que estallara el conflicto por el matadero de la meseta de Neuquén, por irregularidades en la Asociación de Fomento Rural (AFR), más de la mitad de los productores que se dedicaban a la crianza de animales optaron por abandonar la actividad y de esta manera se comenzó a desmoronar el último polo de crianceros de la capital. La nueva conducción de los productores asegura que solo quedan entre 50 o 60 emprendimientos con animales.

Todo se disparó el pasado el 26 de julio cuando los cuatro faenadores que trabajan en la planta tomaron el edificio para reclamar por salarios adeudados y luego pusieron en evidencia las precarias condiciones de trabajo. Las paredes del cuarto donde se trabajaba con los animales estaban plagadas de hongos, la maquinaria está destruida y además los empleados reclamaron la ropa de trabajo y elementos de higiene en los baños.

Todo derivó en la clausura y posterior cambio de administración del lugar, que ahora depende de un privado.

Juan Vargas, nuevo presidente de la AFR, explicó que la situación de la asociación se pudo comenzar a regularizar hace unos dos meses. “Tuvimos que hacer un montón de trámites ante la dirección de Personería Jurídica y pudimos elegir autoridades. Los problemas fueron porque la conducción anterior no dejó ni un papel, se llevaron todo, los balances y las actas, era todo irregular”, se lamentó.

Comentó que el conflicto que comenzó cuando el matadero era administrado por la AFR y su titular Alejandro Benítez, encausó en una grave crisis para los productores que no podían llevar sus animales al matadero, por el cierre transitorio y eso implicó costos más grandes. Recién en diciembre pudieron obtener cierta estabilidad cuando las instalaciones fueron adjudicadas mediante una licitación pública del municipio al frigorífico Catriel.

“El problema con el frigorífico es que la tasa de faena es muy alta y los productores no tienen ganancias. Hay que tener en cuenta el gasto que tiene el productor para criar los animales, el alimento está muy caro”, explicó el referente. Detalló que les están cobrando “120 pesos por lechón, que está bien”, pero aclaró que en animales más grande s los precios aumentan y el valor de la carne es menor “cuesta unos 800 pesos por el capón de 80 kilos y el productor le puede sacar unos 6.800 pesos. Pero a eso se le descuenta el alimento, porque son seis o siete meses de crianza con el maíz muy caro”.

Actualmente la conducción de la AFR apunta a hacer un recuento de la cantidad de productores que aun se sostienen con sus animales en los lotes de la meseta neuquina. En ese contexto Vargas mencionó que “solo quedan entre 50 o 60, cuando antes éramos alrededor de 200”.


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