Un avance histórico
El Mercosur y la UE cerraron sorpresivamente el viernes las negociaciones iniciadas hace más de 20 años y lograron un acuerdo comercial que podría sacar de su actual letargo el proceso de integración regional y traer importantes beneficios para las economías regionales, entre ellas nuestra castigada fruticultura. Sin embargo, es un proceso gradual y complejo que está lejos de ser completado y que también obligará a reformas y adaptaciones no exentas de riesgos.
El documento firmado el viernes es eminentemente político y ahora comienza un largo proceso de negociaciones técnicas, publicación, traducción a los idiomas de cada país y posteriormente un complejo proceso de aprobación parlamentaria que podría llevar como mínimo dos años. Como señalaron expertos, “Dios y el Diablo están los detalles” y recién entonces podría tenerse una verdadera idea del impacto de los anuncios.
Sin embargo, a grandes rasgos se cree que el pacto, de concretarse en los términos esperados, creará un mercado de bienes y servicios de más de 800 millones de consumidores y más de u$s 100.000 millones de intercambio comercial. Se estima que el impacto en el crecimiento anual podría ser del 0,5% del PIB para la Argentina, 1,2% para Brasil, 2,1% en Uruguay y casi 10% en Paraguay. Los países sudamericanos tendrán mejor acceso a un mercado de 39 países de alto poder adquisitivo en condiciones favorables para sus productos primarios y elaborados.
Claramente los sectores más favorecidos son el agrícola y el agroindustrial, hoy gravados con importantes aranceles y barreras paraarancelarias en el Viejo Continente. En principio se estima que serán la fruticultura, los vinos y la producción ganadera al sur del río Colorado los principales beneficiarios en nuestra región, ya que podrán ingresar en mejores condiciones competitivas. Sin embargo, deberán enfrentarse a la resistencia del poderoso lobby agrícola europeo, que podría trabar el acuerdo.
Como contrapartida, el Mercosur se compromete a abrir su sector industrial a las exportaciones europeas y a modificaciones en las regulaciones sobre patentes y compras públicas para permitir las inversiones externas.
Sin embargo, todas los cambios que implica el acuerdo tienen plazos extensos (varios años) para su entrada en vigor y sistemas de compensaciones y cuotas que harán gradual el impacto. Además reconoce las enormes asimetrías en población, desarrollo, integración, tecnología y capacidad de producción entre ambos bloques.
Como se dijo, lo firmado es más bien un acuerdo político, que busca enviar un mensaje en favor de la integración y el libre comercio a contracorriente de la ola proteccionista y de hostilidad comercial fomentada desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y de diversos movimientos nacionalistas-populistas en países europeos. La actual administración en Bruselas termina su mandato en pocos meses y enfrenta su propia crisis interna: se espera que las fuerzas euroescépticas tengan más peso en el futuro. La sensación entre los negociadores europeos era “ahora o nunca”.
Al mismo tiempo, podría revitalizar al Mercosur, que languideció en la última década de la mano de políticas proteccionistas de sus socios, entre ellos Argentina, y de los vaivenes políticos regionales. Ha logrado una importante integración entre sus miembros, pero escasa vinculación comercial con terceros mercados.
El acuerdo es también un espaldarazo al cambio de signo político en la región con la llegada al poder de Jair Bolsonaro en Brasil y también en Argentina: uno de los principales impulsores es el presidente Mauricio Macri, de incierto futuro en las elecciones.
Sin dudas, de aplicarse lo firmado nuestro país deberá desmontar su enmarañado sistema de regulaciones y subsidios, mejorar su trasparencia económica y cambiar su tradición de protección comercial, un cambio cultural que implicaría no solo a su dirigencia política sino también a la empresaria, que debería prepararse para competir a nivel global. No es poco ni será sencillo.
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