Julio y el «Sendita» se hicieron leyenda desafiando a la nieve rumbo a Caviahue y el norte neuquino
Hace 30 años que Mirta Villalba y Julio Vacchi reciben los ejemplares de Río Negro en Zapala y él los traslada a Las Lajas, Chos Malal, Caviahue y El Huecú con viento, lluvia o nevadas. Ayuda si hay choques y también lleva remedios,encomiendas y acerca gente sin cobrar un peso, de corazón.
Todas las madrugadas, alrededor de las tres, los ejemplares de Río Negro que partieron desde Roca rumbo al centro y norte de Neuquén llegan a Zapala. Allí los esperan Mirta Villalba y Julio Vacchi para llevarlos a Chos Malal (220 km) con escala en Las Lajas. Y los jueves, sábados y domingos enfilan hacia las montañas rumbo a Loncopué (130 km), Caviahue (180 km) y El Huecú (230 km). No importan el viento, la lluvia o la nieve: el diario tiene que llegar, el lema que comparten los 18 transportistas que cada día recorren 7913 km rumbo a cada rincón de la región.
Hace 30 años y nada menos que 5.000.000 de kilómetros que es así para ellos. Y Julio lo sabe mejor que nadie, si hasta en el Cajón del Hualcupen, en esa espectacular ruta provincial 26 que pasa por puestos de arrieros y desemboca en el azul profundo del lago Caviahue custodiado por el volcán Copahue y su fumarola, cuando un inmenso manto blanco cubre el camino espera que las máquinas de Vialidad abran paso a eso de las 9 de la mañana y las sigue despacito detrás, junto a los proveedores de alimentos.
Ahora, a los 74, ya jubilado como camionero, comparte las aventuras en el camino con su hijo Julio. Mirta, maestra jubilada de 68 años, cuenta orgullosa las travesías para entregar los ejemplares, porque la lectura la apasiona desde chica y ser parte con su familia desde hace 30 años de una industria que apuesta a eso siempre le gustó. También tiene un vínculo como docente: “Recuerdo el programa El diario en la escuela. Lo utilizábamos en clase para enseñar. Fue una experiencia hermosa, fuimos a Roca para capacitarnos, estuvo muy bueno eso también”, cuenta.
Mirta rescata otro costado de los viajes: el social. “Ahora vamos con un vehículo utilitario, pero empezamos con un ‘Sendita’ gris que tuvimos 19 años y se hizo leyenda porque además del diario llevaba medicamentos para las farmacias y las salitas, encomiendas y los encargues más increíbles, por ejemplo para los crianceros que nos esperaban al costado de la ruta con un papelito con lo que necesitaban. Ese auto se hizo famoso. ‘¡Ahí viene el Sendita!’ gritaban en El Huecú cuando lo veían”, relata. También llevaba a los policías a sus puestos, porque colectivo había solo una vez a la semana, pero Julio y el Sendita no se tomaban franco nunca. Tiempo atrás, un comisario lo agradeció en vivo en una entrevista en una FM de Zapala.
Aquellos que lo conocen cuentan que si un día se le hubiera ocurrido cobrar por esos servicios le hubiera ido muy bien, pero eso no entraba en su manera de pensar: él ayuda de corazón, es lo que le nace. Y cuando se está lejos, la solidaridad vale el doble. «Vos acá sos una leyenda», le dijo una vez Jaime Ormazabal en El Huecú. No hay medalla más linda.
El inevitable lado B de tantos viajes son los choques, las tragedias en las ruta. Durante estos cinco millones de kilómetros Julio fue testigo de demasiados accidentes, como el de una pareja a la que encontró en estado de shock después de un vuelco en una madrugada fría con hielo y nieve camino a Las Lajas. Julio detuvo la marcha, ellos le pedían por favor que no los deje, que los lleve al hospital. Es lo que hizo.
Uno de los más graves fue llegando a El Huecú: dos amigos siguieron de largo en el puente y cayeron con la camioneta en un arroyo. Uno logró salir y Julio lo encontró en el camino, aturdido. El otro había quedado adentro. Julio rompió la luneta y lo sacó. Aún hoy, como la pareja, se lo agradecen.
El caso más dramático ocurrió hace cuatro años en una curva antes de llegar a El Cholar, en medio de la polvareda que levantan las trafics repletas de quienes van a ver a Doña Petrona con la esperanza de que los cure. Vieron un auto y una camioneta que habían chocado, una mujer cubierta de tierra y de sangre que pedía ayuda: en uno de los vehículos estaba muerta su cuñada y su marido agonizaba. Julio bajó, entre los dos lo sacaron de la camioneta, le apoyó la cabeza en la campera azul sobre sus piernas. En medio de la conmoción, la sangre y el polvo no advirtió entonces que era Carlos Villanueva, un querido vecino de Zapala. Lo supo después, en el hospital, cuando murió y la mujer, como hasta hoy, le agradeció su solidaridad en aquella tragedia.
“Otra vez, yendo para El Huecú, todo camino de tierra, hay un vado que se hace hondonada. En un temporal, Julio sintió un ruido raro, un zumbido: alcanzó a pasar justito, un segundo más y lo arrastraba lo que se venía, como un alud. Un milagro que no se lo llevara”, relata Mirta.
Ella y Julio comparten la alegría de que su trabajo genera trabajo, que allá donde van hay canillitas que los esperan: “No importa si son pocos o muchos diarios, ellos valoran sumar un ingreso con el producto de su esfuerzo. Y ser parte de eso también nos gusta».
Una de ellas es Rita Jara en El Huecú. Durante la pandemia, camino o pedaleó los 4 kms entre el pueblo y el control policial hasta donde podía llegar Julio con los diarios y los productos adicionales y levanta también pedidos de los parajes cercanos, el ejemplo justo que buscaban Mirta y Julio para despedirse y desear un feliz Día del Trabajador.
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