Ceferino, De Nevares y Fortín Mercedes: historias cruzadas que marcaron a la región

La sede salesiana, ubicada en el sur bonaerense, fue mucho más que un espacio de formación y veneración del joven mapuche. Una foto allí tomada conectó a estos poderosos referentes, su vocación, su raíz y hasta la persecución que sufrió su entorno.

Domingo 22 de Junio de 1969. Una foto publicada en RÍO NEGRO muestra a los protagonistas de esta nota: la familia Namuncurá y la inconfundible sonrisa de Don Jaime de Nevares, junto a los sacerdotes Antonio Mateos y Oscar Barreto. Detrás, el busto homenaje a Don Bosco y el frente del Santuario María Auxiliadora, emblema católico de Fortín Mercedes, sitio ubicado en el sur de la provincia de Buenos Aires, a poco de cruzar el río Colorado y antes de llegar a Pedro Luro, por Ruta 3.

El obispo neuquino ya estaba a cargo de la nueva diócesis patagónica desde 1961, pero el dato pasa desapercibido en el epígrafe, que lo define apenas como parte del “grupo de sacerdotes” que posó junto a los parientes del actual santo.

De sotana, Mateos, De Nevares y Barreto, junto a integrantes de la familia de Ceferino. Foto: Archivo Diario Río Negro.

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El recuerdo de Ceferino, que falleció siendo muy joven, en 1905.

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En aquel entonces el “Lirio de la Patagonia”, «el descendiente de los Piedra» ó «el hijo de las Pampas», simplemente Ceferino, estaba aún lejos de ser canonizado, aunque la crónica de archivo afirmara que las gestiones estaban “adelantadas”. De hecho, su ermita reconocía con objetividad: “no es santo, ni beato, ni venerable, es sólo alguien que está cerca de Dios«.

Eso no impedía que en cada celebración creciera el número de devotos que lo reconocían y que tomaban a Fortín Mercedes como punto de referencia. Es que por 85 años descansaron allí sus restos, repatriados desde el cementerio de Campo Verano, en Roma, en 1924, 19 años después de su muerte. Es por eso también que su familia realizaba viajes periódicos hasta allí, como marca la nota de época, entre ellos Fermina, una de las hermanas.

Ceferino, De Nevares y Fortín Mercedes: Cortar amarras


Otros 19 años pasaron desde esa reubicación, para que llegara también a Fortin Mercedes, un referente de la historia regional: Jaime Francisco De Nevares. Corría el año 1943 y él, con 28 años, ya era abogado, como su padre. Podría haber elegido la vida de su familia porteña, el buen pasar económico, para ejercer en el estudio jurídico que había formado su antecesor, pero no. Ya conocía la fe y también el valor de ayudar a gente más necesitada que él, como lo que aportó en la Casa de los Canillitas.

Con 28 años y un título de abogado, así llegó De Nevares.

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Así que no sólo cambió de carrera para convertirse en sacerdote, sino que también se fue de la capital. Pudiendo elegir el seminario de la Arquidiócesis de Buenos Aires para formarse, optó por irse al sur, tierra desolada, como la veían desde el obelisco. “Jaime no había desatado las amarras sino que las había cortado”, dijo el presbítero Juan San Sebastián, en su libro “Del barrio Norte a la Patagonia”, dedicado al recordado obispo.

Así, Jaime y la memoria de Ceferino se conectaron, a pesar de tantas décadas de diferencia entre sus vidas. Y el primero aprendió a valorar la figura del segundo. “Era común en el obispo encomendar algún asunto difícil, o no tanto, a Ceferino”, afirman quienes los conocieron. “Ceferiniano al mango, como todos los salesianos”, lo describió Isidro Belver, expárroco de Andacollo.

Y como todo en este proceso está ligado a un antecedente cercano, se supo después que fue la madre de Don Jaime, Isabel Casares, una de las líderes de la “Junta de Cooperadoras de la Patagonia” que impulsó la repatriación de los restos de Ceferino, junto con las autoridades de la congregación, hasta llegar al presidente Marcelo T. de Alvear. Ellas también juntaron donaciones para construir en Fortín Mercedes, donde el santo se alojó en su viaje con monseñor Cagliero, antes de partir a Roma.

Ya no vivían ni Manuel Namuncurá ni Rosario Burgos, padres de Ceferino, cuando De Nevares formó un vínculo con los descendientes del joven, con los que posó para la foto. Con ellos siguió compartiendo, como en el encuentro que le relató por carta a su madre Isabel, dentro de las recorridas misioneras que realizaron años después, por el interior neuquino:

El trabajo en equipo con el padre Barreto, recorriendo el interior neuquino.

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El 24 lo pasé en San Ignacio, junto al río Aluminé, reserva de tierras de la tribu de los Namuncurá. Unas 60 a 70 familias muy dispersas, un cacique, Aníbal, hermano de Ceferino, ya en el ocaso, pero de notable personalidad, con ‘savoir faire’ (soltura) y autoridad. Una capilla de madera donada por los Lagos Mármol de Quillén hace años. Cabalgata de jinetes para recibir al obispo, encabezada por Andrés, el hijo mayor del cacique, enarbolando bandera argentina; junto a la capilla, palabras de recepción oficial por el mismo, en nombre del cacique enfermo. Misa, bautismos, confirmaciones, asado, baile de rancheras y zambas al son del acordeón tocado por el padre Barreto, muy apreciado y respetado. Fui a visitar al cacique a su casa, despedida y a dormir al colegio de Junín de los Andes”, transcribió el cura San Sebastián en su recopilación. El autor remarcó la forma en que De Nevares “respetó e hizo respetar esas costumbres, su cultura y su religión (…) sin atropellar ni imponer”.

Ceferino, De Nevares y Fortín Mercedes: Defender a los suyos


Los años pasaron desde aquel 1943 para Jaime, mientras crecía el reconocimiento hacia Ceferino, figura del doloroso proceso histórico vivido en la región, después del avance militar sobre las comunidades originarias, combinado con años de evangelización y el armado de nuevos pueblos. De Nevares pudo completar su carrera y con ella, fue cosechando nuevos compañeros de labor, como los que lo acompañaron en esta foto que se tomó al pie del Santuario.

Antonio Mateos, sacerdote español, fue uno de ellos, el que dirigía en aquellos meses de 1969 el colegio San Pedro, allí en Fortín Mercedes, donde estudiaban alrededor de 170 alumnos. 12 sacerdotes ofrecían el profesorado y administraban las 800 hectáreas que tenían a cargo, según describió el cronista de RÍO NEGRO. Allí, “el autoabastecimiento era una norma”: tambo, matadero, panadería y granja eran mantenidos y desarrollados por ellos mismos y la colaboración de todo el alumnado. Unas 400 personas se proveían de lo que allí mismo se producía”, afirmó el periodista.

Ese sacerdote de la foto fue el mismo Mateos que se encontraba ejerciendo el 1° de Diciembre de 1975 en El Malleo, Neuquén, cuando un operativo del Ejército irrumpió en la Escuela Hogar salesiana “Mamá Margarita”, de donde se lo llevaron secuestrado junto a otros cinco maestros, después de allanar todo. De Nevares ya era obispo y había mostrado su postura a favor de los derechos humanos mucho antes, como en la huelga de los obreros de la represa El Chocón (1969). También venía de sufrir la muerte de otro sacerdote cercano, Carlos Dorñak, con quien se había ordenado en Córdoba y que la Triple A asesinó en Bahía Blanca, meses antes de la detención de Mateos. Así que al enterarse de este nuevo suceso, interrumpió su viaje en el norte neuquino para venir a reclamar por su compañero de Fortín Mercedes en Neuquén capital.

El libro de San Sebastián es el que relata la vehemencia de aquel porteño convertido en patagónico, que llegó al Comando, para una audiencia con el general Buasso. “El Obispo llegó a la escalinata y la subió rápidamente. Arriba estaba el general aguardándolo para tenderle la mano, diciéndole ‘¿Cómo está, monseñor?’. Don Jaime no le devolvió el gesto y, señalándolo con el dedo índice, comenzó casi a gritarle: ‘Vengo a exigirle que me diga dónde está el Padre Mateos’”, evocó San Sebastián en la biografía.

Foto: Archivo Libro de Juan San Sebastián.

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El general Buasso, al ver la furia del Obispo, lo hizo entrar rápidamente al Comando. Una vez allí, fuera de miradas curiosas, quiso aplacar a Don Jaime que subía el tono y que descargó toda su rabia de pastor al que le habían robado varias ovejas. Finalmente, abrumado por el ataque frontal del obispo y sin argumentos fáciles, le dijo: ‘Está en la cárcel y esta tarde a las 7 lo puede ver’. De Nevares le replicó: ‘No esta tarde, ahora’”, concluyó San Sebastián. Afortunadamente, Mateos y los demás docentes pudieron recobrar la libertad, después de que Nevares visibilizara su reclamo hasta en Buenos Aires. Sobrevivieron, no sin antes sufrir graves humillaciones e interrogatorios.

Ceferino, De Nevares y Fortín Mercedes: Misionero en el sur


El padre Oscar Barreto es quien completa la imagen de recuerdo que los inmortalizó compartiendo sus días en Fortín Mercedes, tierra de “vida feliz, plena, llena de precariedades, pero de realizaciones personales y comunitarias”, sostuvo en su libro San Sebastián, porque él también estudió allí. Misionero en el sur entre las comunidades mapuches, Barreto había conocido a Jaime en los años de ejercicios espirituales y teologado, pero ya había recibido antes el apoyo de Isabel, madre del obispo, como presidenta de la Junta de Cooperadoras que lo ayudó en muchos momentos difíciles.

Fue Barreto quien guió el acto de recepción cuando De Nevares llegó designado a Neuquén y fue él quien impulsó la creación de la Escuela Hogar Mamá Margarita, donde luego ejerció el padre Mateos. Ese lugar había sido soñado para incluir a los niños de la zona que no podían estudiar a causa de las enormes distancias y el riguroso clima. Allí también promovió la creación de una cooperativa de alimentos, de compra y trueque, para evitar el abuso económico que ejercían algunos almaceneros con las familias originarias. A su vez, aprendió y registró el idioma originario, para preservarlo. “Cada vez que Don Jaime estaba cerca de El Malleo, se hacía una escapada a la escuela hogar. Lo veía como la obra cumbre de la iglesia y de los salesianos en favor de los indígenas. Su corazón estaba en El Malleo”, contó San Sebastián.

El último adiós llegó para De Nevares el 19 de mayo de 1995, 52 años después de haber arribado a Fortín Mercedes, donde se encontró con estos acompañantes de un camino conectado para siempre con la defensa de un mundo más justo. En 2007, los restos de su admirado Ceferino fueron retirados de ese santuario bonaerense, que aún así celebra su fiesta cada 26 de agosto, como lo hacen en Chimpay, la tierra rionegrina que lo vio nacer en 1886.

El objetivo del cambio, afirmaron, era que volviera a estar entre los suyos, a los que buscó ayudar allá lejos en el tiempo, cuando aún era un adolescente de principios del 1900 y su padre Manuel buscaba que respetaran sus derechos.

Manuel Namuncurá, sentado, con Rosario Burgos, de pie a su derecha.

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La historia y las decisiones quisieron que sus convicciones coincidieran, a pesar del tiempo. Por eso Rubén Capitanio escribió esto, al llorar la muerte de Don Jaime: “Tratando, sin lograrlo, de contener las lágrimas, necesité mirar hacia adentro, hacia el corazón, y me pareció ver claramente que la noticia era aparente. No te habías muerto, simplemente habías abandonado tu cuerpo gastado en anunciar la vida. Ahora estás más vivo que nunca. Y me pareció verte partiendo hacia el norte neuquino para compartir el andar de los criollos que hacen Patria junto a la cordillera agreste; y te vi hecho remolino de viento cálido entre esos piños de chivos que buscaban mejores pastos (…) Hoy te vi entrar sonriendo a ese Reino sin sombras. Te recibió Ceferino que en un abrazo te cubrió con su poncho mapuche.


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