El populismo ha muerto, viva el populismo

A partir de la elección y, ayer, la asunción de Donald Trump al gobierno, súbitamente parecemos habernos dado cuenta de que el populismo está más vivo que nunca. En 1989, luego la caída del muro de Berlín, muchos analistas pensaban que todo el mundo marcharía como uno hacia un futuro igualado por la democracia liberal, la globalización y el capitalismo de libre mercado. El populismo pasó a ser considerado como un atavismo político, un fantasma o un zombie, algo que iba camino al basurero de la historia, un desvío momentáneo en una marcha global hacia la modernidad política. Sin embargo, vemos hoy que la globalización armónica (y aburrida) con la que sonaba Francis Fukuyama en 1989 tal vez vaya a ser enterrada por un fantasma que siempre está a punto de morir y que ya lleva dos mil quinientos años vivo.

Por supuesto, la sensación de sorpresa es relativa porque todos sabían que el populismo está vivo y coleando en Latinoamérica, Turquía, África, el Sudeste asiático. Pero eso, de alguna manera, no sorprendía a nadie en tanto estas regiones supuestamente son “subdesarrolladas políticamente” y tienen “institucionalidad débil”. Que en Sudamérica los votantes eligieran un Chávez, un Morales, un Kirchner era “natural”. Un Trump hace quemarse todos los papeles porque se suponía que las democracias maduras, avanzadas, de fuerte institucionalidad estaban inmunizadas contra este fenómeno. Sin embargo, en el último año hemos visto no sólo la elección de Trump como presidente en USA, sino el ascenso del partido UKIP de Nigel Farage en el reino Unido, el segundo lugar de un político neonazi en Austria, la suba de Marine Le Pen en Francia. A esto se le suma la aparición de Podemos en España y Syriza en Grecia, considerados populismos de izquierda.

En los últimos escasos 30 días parece haber una multiplicación de expertos instantáneos sobre el tema. Eso a pesar de que, cuando en 2006 elegí la teoría del populismo como tema de mi propia tesis doctoral en EE.UU., me aconsejaron elegir otro tema porque ese “era marginal para la teoría política estadounidense.” Acá mismo, en Argentina, vivimos en estos meses una verdadera campaña de opinión en contra de la relevancia de las ciencias sociales para entender o mejorar la vida política en comunidad: hoy por hoy, sin embargo, hasta los más positivistas gritan “populismo” a los cuatro vientos. La mayoría de las veces, sin embargo, populismo significa poco más que esto que no me gusta.

Intentemos clarificar qué es el populismo . Una de las dificultades, por ejemplo, para determinar si Donald Trump es de izquierda o de derecha es que el populismo no es una ideología sino una forma de hacer política y acumular poder. El contenido de esta estrategia no es nunca universal sino que siempre depende del contexto local, del liderazgo, de la relación de antagonismo que se establezca. “El populismo” no es en si o de izquierda pero los populismos pueden ser de derecha o de izquierda.

El populismo es un movimiento político que construye identidad, como explica Francisco Panizza, al dividir el campo político en dos: un “nosotros” que se opone en una lucha épica contra un “ellos”, al que se define en términos morales. El populismo reivindica y se nutre del conflicto, a diferencia de los partidos liberal-tecnocráticos, que suponen que la política se trata de encontrar soluciones técnicamente adecuadas a problemas particulares. También a diferencia de los partidos programáticos, el populismo solicita la lealtad de sus seguidores no tanto en base a un programa claramente establecido, sino en base a la promesa de su líder de encarnar personalmente la lucha contra el común opresor, la elite.

Si ese “Otro” al que se adversa se define en términos económicos (la oligarquía, los sectores financieros, los “que se enriquecen con la guerra” de que hablaba Roosevelt) es probable que las medidas concretas que se apliquen sean “de izquierda”. Si ese “Otro” se define en términos culturales o sociales (el inmigrante, los indígenas, los afroamericanos o inclusive las mujeres) las medidas podrán ser “de derecha”, con mayor represión y xenofobia. Pero estas posiciones pueden tener variaciones súbitas, porque la definición del “nosotros” y del “otro” es variable y estrictamente situacional. Esta, lejos de ser un problema, constituye una fortaleza de este tipo de construcción política.

No es casual que en estos momentos de incertidumbre mundial se multipliquen los liderazgos populistas, ya que se suma a la insatisfacción de vastos sectores sociales la crisis de las ideologías totalizantes. El propio concepto de “clase trabajadora” se ha visto superado por la realidad, por cuanto el empleo industrial es escaso y aumentan otros tipos de relaciones de dominación no basadas en la relación salarial. La izquierda no tiene un relato, hoy, que pueda servir como un mapa para la transformación global y tampoco lo tiene el pensamiento económico liberal que hegemonizó el mundo por treinta años. Estos movimientos encabezados por figuras outsiders expresan al mismo tiempo un deseo de cambio sistémico y sus límites.

Finalmente: tal vez estas llamaradas de populismo ayuden a comprender que el sueño de purgar a la democracia de populismo es estéril. El populismo no es el polo opuesto a la democracia es el hijo de la democracia, no sólo una democracia “mala” sino en cualquier democracia posible. Es una posibilidad siempre latente dado que, como argumenta Margaret Canovan, expresa la reacción de un momento en que un número significativo de personas siente que el ideal democrático del pueblo soberano al poder se ha visto frustrado en los hechos . Desde el tiempo de Aristóteles ah hoy, la pregunta no debería ser como purgar a la democracia de pueblo sino que debería ser como canalizar estos movimientos hacia nuevas instituciones, como disminuir la captura institucional por parte de unos pocos (lo que en si aumenta la insatisfacción populista) y como no sólo tolerar sino ampliar la participación política de la mayor cantidad de sectores posibles, sobre todo los más excluidos. Y, finalmente, en el caso de fuerzas políticas como las de Donald Trump, la cuestión es saber cómo, aceptando la lógica de la competencia democrática, movilizar en contra, armar un partido y ganar(le) las elecciones. Es decir, la pregunta es, siempre, como hacer política.

* Politóloga, Universidad de Río Negro.

mirando al sur

Una de las dificultades, para determinar si Trump es de izquierda o de derecha es que el populismo no es una ideología sino una forma de hacer política y acumular poder.

Finalmente, el populismo no es el polo opuesto a la democracia, es el hijo de la democracia, no sólo en una democracia “mala” sino en cualquier democracia posible.

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Una de las dificultades, para determinar si Trump es de izquierda o de derecha es que el populismo no es una ideología sino una forma de hacer política y acumular poder.
Finalmente, el populismo no es el polo opuesto a la democracia, es el hijo de la democracia, no sólo en una democracia “mala” sino en cualquier democracia posible.

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