La fábrica de calzado artesanal que desafía la crisis

Con más de cuarenta años vistiendo los pies de los barilochenses, pelea por mantener vivo el oficio. Allí confeccionan botas a medida, cosidas a mano. El principal cliente es el hombre de campo, que necesita un zapato fuerte que soporte el duro trabajo rural.

El intenso olor a cuero recibe al visitante apenas cruza el umbral del taller. En ese espacio de unos veinte metros cuadrados, abundan los cueros curtidos, de texturas suaves y varios colores. Marco Olate trabaja desde hace años en ese lugar. Aprendió siendo un adolescente el oficio de zapatero y nunca lo abandonó. Sentado en una silla, Marco moldea con destreza la suela que sobresale de una bota. Tiene 33 años de trabajo sobre las espaldas y está convencido de que los fabricantes de zapato artesanal no van a desaparecer.

Marco conoce como nadie la fábrica de Botas Renato, que es una de las pocas que aún quedan en pie en Bariloche. Allí todavía el calzado se hace a medida del cliente.

Ubicada en el barrio San Francisco I, la fábrica fue el sueño que forjó hace varias décadas Renato Gerlach, junto a su esposa Edit Azócar. Con mucho esfuerzo, Renato logró que sus botas tengan reconocimiento en la ciudad y en otros lugares del país.

Renato falleció año pasado. Y ya casi no visitaba el taller donde compartió jornadas de intenso trabajo con Marco.

Allí, Rubén San Martín creció, entre olores a cueros y pegamentos. “Tenía 15 años cuando entré barriendo y sacando hormas y don Renato un día me propuso si quería aprender el oficio. Agarré viaje y aprendí”, recordó Rubén, mientras sujetaba con firmeza una lezna, para dar las últimas puntadas a unas botas.

Rubén se dedica a las terminaciones, pero además sabe cortar el cuero y armar el calzado. Tiene 30 años y la mitad de su vida la pasó en el taller.

La continuidad

“Mi viejo durante cuarenta años se levantó a las 4 o a las 5 para hacer botas”, recordó su hijo Jaime, que se hizo cargo de la fábrica tras la muerte de Renato, con el respaldo de los trabajadores.

Resolvieron continuar a pesar de que la situación económica de la fábrica no es la mejor desde hace tiempo por la crisis que se vive en el país. Dijo que había que seguir adelante para mantener las fuentes laborales.

Jaime vendía publicidad para un diario de Viedma y sabía poco de la fabricación de zapatos. “Este aprendizaje me ha costado mucho”, admitió. No fue una decisión fácil dejar su trabajo y mudarse a Bariloche. Pero valora el apoyo de los trabajadores.

Recordó que su padre empezó a trabajar en una fábrica de zapatos Bariloche cuando llegó el siglo pasado, procedente de Chile, donde había aprendido el oficio. Después, levantó su propia fábrica.

La despedida

Gonzalo entró hace poco tiempo a trabajar con el plantel. Cuidó de don Renato durante varios meses antes de que falleciera. “Eran las tres de la madrugada y don Renato, ya enfermo, estaba preocupado porque había que terminar unas botas de un pedido de Zapala”, comentó.

Tiene grabada la imagen de la última vez que don Renato entró al taller y se largó a llorar como un niño. “Y eso que la fábrica estaba dentro de su casa”, explicó Gonzalo. Nunca más don Renato volvió a pisar el taller.

Para Gonzalo el tema de la fabricación de zapatos es un mundo desconocido. Atiende el local donde además de calzado hay ropa para el hombre de campo y elementos que se usan para los caballos como estribos o rebenques.

Gonzalo va aprendiendo a partir de las indicaciones de Marco, que es el empleado de más experiencia. Marco trabaja con su hijo, Jonathan, que se encarga de cortar los cueros que están amontonados sobre una estructura de madera plana.

También está Silvia, que se encarga de la costura de las botas.

Situación difícil

Hoy, la situación económica no está fácil. Mucho menos para los pequeñas empresas. Los zapatos de cueros sintéticos y suelas inyectadas, procedentes sobre todo de China, se venden por todos lados en Bariloche. Pero Marco afirma que no son competencia. “Nosotros cosemos la plantilla a mano. No hay nada sintético, es todo natural”. Aseguró que si el calzado no está bien emplantillado habrá problemas. Es fundamental hacerlo de manera correcta.

“El hombre de campo sabe mucho, observa la bota y la dobla para saber si es buena”, señaló Marco. “Para el hombre de campo, la bota es una herramienta de trabajo”, añadió Rubén.

Pérdida adquisitiva

Sostienen que hoy la falta de poder adquisitivo por la crisis económica es la principal preocupación para mantener activa la fábrica.

La crisis se percibe a diario. En los meses últimos recibieron mayor cantidad de botas de clientes que las mandan a reconstruir, en lugar de comprar un par nuevo. Es lo que se llama remonte. “Es cuando mandan a cambiar la suela de las botas –explicó Marco–. Cuando está mala la situación aumentan los pedidos de remonte”.

Puntualizó que confeccionar un par de botas demanda un día de trabajo. En el taller casi no hay pausa. Se trabaja todo el año.

Al lado de Marco hay una jirafa de hierro que ha recibido muchos golpes de martillo, pero no se dobló con el paso del tiempo.

Marco anhela que el oficio no se pierda. Está convencido de que siempre habrá una persona que valorará el trabajo del zapatero artesanal.

“Este tipo de zapatos que hacemos no tiene competencia. Acá está todo cosido a mano, desde el emplantillado a la costura de la suela”.

Marco Olate lleva 33 años en el oficio.

Datos

“Este tipo de zapatos que hacemos no tiene competencia. Acá está todo cosido a mano, desde el emplantillado a la costura de la suela”.

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